El latinoamericano que diga que le teme a la izquierda tiene razón. Los representantes de esa corriente política han sumido a sus países en crisis profundas. Políticas, sociales y económicas.
Hablo de Nicolás Maduro de Venezuela, Miguel Díaz Canel de Cuba, Daniel Ortega de Nicaragua y Alberto Fernández de Argentina. No son los únicos pero, solo por mencionar a los peores evaluados.
A esa ala se suma ahora Gustavo Petro. Tendrá cuatro años para desmoronar a Colombia, o por el contrario darle sentido a la izquierda. ¿Cuál de los dos vaticinios cumplirá?
El populismo lo trae en la sangre. Lo tiene por las nubes. Imagínese que detuvo la ceremonia de investidura hasta que no le trajeran la espada de Simón Bolívar, el libertador.
La misma que por cierto se robó en 1974 la guerrilla del M-19, en la que militaba Gustavo Petro.
La mantuvieron años escondida. Hay mucha especulación sobre quiénes la guardaron. Se habla incluso, de que estuvo un tiempo en Cuba. Solo son especulaciones.
El M-19 la devolvió años después, en 1991, después de que se desmovilizaron, pero la espada se volvió un símbolo de su lucha guerrillera y luego política.
Tanto así que la toma de posesión terminó como Petro quería que empezara: él caminando detrás de la espada del libertador.
Colombia comienza a transitar un camino totalmente desconocido.
Es la primera vez que un presidente de izquierda está gobernando. Y lo hace frente a mucha expectativa y con una mujer afro como vicepresidenta. Francia Márquez, nacida en la pobreza en una zona históricamente marginada.
La atmósfera en Colombia es de fiesta. Es la gran oportunidad de Petro, después de varios intentos.
Ojalá en cuatro años sea el mismo sentimiento, para demostrarle al resto de América Latina, que la izquierda sí gobierna como se espera.
