Roy Den Hollander siempre se mostró orgulloso de su firmeza, frialdad y su postura inquebrantable. Se definía a sí mismo como un “antifeminista”, pero también era un hombre racista que murió siendo el primer sospechoso del asesinato del hijo de la jueza Esther Salas, Daniel Anderl.
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Los hechos ocurrieron en el domicilio de la jueza en North Brunswick, Nueva Jersey; Den Hollander parecía tener un gran repudio en contra de la mujer. Fue en una corte federal en la que la describió como una “perezosa e incompetente jueza latina apuntalada por Barack Obama”.
La mezcla que representaba Esther Salas como mujer exitosa, independiente y latina, habría sido demasiado para este abogado, siendo incluido en la lista de presuntos objetivos investigados por el FBI.
En el pasado mes de enero, la vida profesional de Hollander dio un gran giro cuando le detectaron un cáncer terminal; ya estaba más que confirmado y sus días de vida estaban contados. Avisó a sus colegas más cercanos que dejaría la actividad y los casos que tenía. Fue en ese momento en el que pudo haber comenzado a planear el asesinato; incluso, ésta es una de las hipótesis más firmes.
Siguiendo estas líneas de pensamiento, las autoridades creen que pudo haber estado relacionado con el tiroteo del abogado defensor de derechos civiles Marc Angelucci, quien fue asesinado a tiros en su casa de California a principios de este mes.
La coincidencia llamó la atención de los expertos federales: un hombre con uniforme de mensajería exprés fue el agresor, como el que mató a Daniel Anderl e hirió gravemente a su padre, Mark. La jueza Salas estaba en el sótano de la propiedad cuando ocurrió el ataque.
Roy Den Hollander se hacía llamar antifeminista en su sitio web e invitaba a los hombres a luchar por sus derechos antes de perderlos. Durante varios años demandó a centros nocturnos por hacer descuentos únicamente a mujeres y a universidades que otorgaron becas a estudiantes del género femenino.
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Pocas horas después de que habría matado a Daniel y herido gravemente a Mark, Hollander se dirigió a su casa en Catskill, Nueva York, y acabó con su vida. Fue encontrado muerto por el departamento de policía del estado; al lado de él había un paquete de cartón con el logotipo de la compañía de mensajería con la dirección y el nombre de Esther Salas; el interior estaba vacío.
