La última vez que fui a Tepito fue hace 10 años, cuando entré al gimnasio del Huitlacoche Medel para hacer un reportaje de boxeadores. Ahora que regresé para entrevistar a doña Silvia Hernández sobre los organilleros, puedo asegurarles que sus calles tienen que caminarse con respeto, por no decir... miedo.
Doña Silvia Hernández y su ejército de organilleros
Nos citó a las 7 de la mañana en una legendaria vecindad enclavada en el corazón del barrio, a la que llegué esquivando los esqueletos de metal cubiertos de lonas, que se convierten en puestos ambulantes en cuanto sale sol. Ahí me encontré con el equipo élite de FIA integrado por Ricardo Ruiz, Esteban Sánchez y Carlos Olaf.
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Doña Silvia nos recibió en uno de los cuartos ubicados en la parte alta donde atesora una docena de organillos traídos de Alemania por su suegro en el siglo pasado. Los más jóvenes acaban de cumplir 100 años.
Estas cajas musicales con hasta 40 kilos de peso descansan en la espalda de mujeres y hombres que recorren las calles de la CDMX para armonizar las ajetreadas jornadas de los capitalinos.
Siendo una muchachita, las manos de Doña Silvia aprendieron a reparar los rodillos de tantas horas que se pasaba en el taller.
“Nunca me dejaban tocar nada, lo único que podía hacer era ver y escuchar”. Estos cilindros tienen pequeños dientes que al ser doblegados por una manija provocan el contacto con el teclado y así logran emitir melodías.
Organilleros, tradición y oportunidad laboral
Historias y reportajes de organilleros se han escrito por décadas en nuestro país, pero lo que distingue a Doña Silvia es el ejército de organilleros que está bajo su mando.
Tiene dos requisitos para pertenecer: el primero, estar limpios de droga o alcohol; el segundo, incorporar a mujeres, especialmente madres solteras. La mayoría de ellos han pisado la cárcel y “hay que darles una segunda oportunidad” argumenta efusiva Doña Silvia.
Tienen que llegar bañados y peinados, con el uniforme limpio y planchado -Doña Silvia se los regala- y aprender a cargarlo con amor y sacrificio.
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Si los ve, por favor no los trate como limosneros, porque no lo son. Deténgase un momento a escucharlos, disfrute la melodía y si no trae una moneda, regáleles un aplauso. Eso no cuesta nada.
Con ese consejo nos despedía Doña Silvia mientras le daba indicaciones a dos de sus muchachos para que me escoltaran hasta salir del barrio.
En Tepito nace la música que los organilleros distribuyen a toda la ciudad. Conozca los #RostrosDeMéxico en @HechosDomingo 9am @AztecaNoticias pic.twitter.com/eAnMpkc2aw
— Jorge Zarza🇲🇽 (@jzarzap) August 6, 2021
No, no me pasó nada, al contrario, la gente me señalaba cariñosa y me echaba carrilla “adiós Garralda” o “Alatorre, una foto” o “yo lo veo los domingos”.
Cuando me subí a mi carro justo en la esquina de avenida Reforma vi a una mujer que empuñaba con enjundia la manivela del cilindrero hasta hacerlo llorar con el “Cielito lindo”. Ya no me dio tiempo de darle una moneda, pero ella en cambio me regaló una sonrisa.