Recordar a nuestros muertos con una ofrenda no sólo es símbolo de que aún no están olvidados, sino también el “reencuentro con un ritual que convoca a la memoria”.
De acuerdo con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas “la ofrenda es ese ritual colorido donde el individuo y la comunidad están representados con su dádiva; es un acto sagrado, pero también puede ser profano: la tradición popular es la simbiosis de la devoción sagrada y la práctica profana”.
Es así, que la acción de “ofrendar” representa compartir con nuestros seres queridos desde la sal y el pan hasta un momento de la vida durante esta festividad.
“La ofrenda del Día de Muertos es una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; los indígenas le agregaron el sahumerio con su copal y la comida y la flor de cempasúchil (Zempoalxóchitl).
“La ofrenda, tal y como la conocemos hoy, es también un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo.
Se recibe a los muertos con elementos naturales, frugales e intangibles -incluimos aquí las estelas de olores y fragancias que le nacen a las flores, al incienso y al copal”, añade la Comisión.
Los elementos imprescindibles para recibir a las ánimas son los siguientes:
Agua: Es la fuente de la vida y se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso.
Sal: Es el elemento de purificación.Velas y veladores: Antes se usaban rajas de ocote, pero en la actualidad estos elementos representan la “la luz”, la fe, la esperanza.
Copal e incienso: Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Flores: Son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas.
Petate: Funciona para que las ánimas descansen así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
Izcuintle: Este elemento se coloca en dedicación a los niños en forma de un perrito izcuintle de juguete, porque es quien ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
Pan: Es el ofrecimiento fraternal.
Gollete y cañas: Se relacionan con el tzompantli, ya que los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña.
Fotografías o retratos: Sugieren que el ánima que nos visitará solo pueda verse con un espejo.
Comida: Los platillos tradicionales son mole con pollo, gallina o guajolote, para deleitar al ánima que nos visita.
Calaveras de azúcar: Son una alusión a la muerte siempre presente.
Licor: Recuerda los grandes acontecimientos agradables durante la vida del difunto.
Cruz: Ayudará al ánima a llegar al altar.
FECHAS
El 31 de octubre se elabora la ofrenda dedicada a los niños o “angelitos”. Sus ánimas llegan el día primero de noviembre para nutrirse de la esencia y el olor de los alimentos que sus padres les prepararon.
Mientras que el 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos para celebrar a los difuntos que más queremos sin importar la edad para después recibir el 2 de noviembre a todos los vivos que quieren festejar esta gran fecha comiendo todo lo de la ofrenda.
En varias zonas indígenas suelen iniciarse las festividades desde el 25 de octubre para extenderse durante todo noviembre, tal y como sucede en Tabasco.
Algunos historiadores dicen que el 28 de octubre está destinado a quienes fallecieron por algún accidente, el día 29 a los niños que fallecieron sin recibir el bautismo y se encuentran en el limbo, aunque éste fue eliminado por el papa Benedicto XVI en el 2007.
El 30 de octubre está dedicado a las mujeres que murieron en parto y el 31 a los que murieron por algún homicidio o atentado.Con información de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y el Gobierno de México.
