Por: Juan Antonio Hernández “El Torero”
Cada que aparece una estrella en el firmamento del deporte, los que nos deja boquiabiertos es lo deslumbrante de su talento, de aquellos dotes que lo hacen diferenciarse de los demás. Dichos dones son descubiertos en algún momento de su niñez o adolescencia y es cuando, a través de su propia iniciativa, sugerencia de un tercero o apoyo de sus padres, ese “ser tocado por la mano de Dios” encuentra el camino llano para desarrollarlo en la actividad para la que fue “divinamente” llamado.
Aunque queda claro que no basta nacer con dichos “dones”, si éstos no son encausados para brillar al cien. De ahí que, al menos en el deporte, encuentran más fácilmente el trayecto hacia el éxito aquellos nacidos en países desarrollados, donde existe la estructura suficiente para encausar y explotar sus capacidades.
Por ello es doblemente admirable aquel deportista triunfador que ha llegado a la cima por “su propio pie”, sin la ayuda de nadie, ni el apoyo oficial mínimo, por el simple de hecho de pertenecer a una nación donde la actividad física no es prioridad para sus gobiernos, como es el caso de México.
Pero, aunado a estos dones, habilidades físicas, talento nato, está el esfuerzo para desarrollarlas, para perfeccionarse y encontrar el éxito.
Y me quedó claro. Es una anécdota que llevo siempre y que me llevan a apreciar que, efectivamente, aquellos súper hombres que han triunfado de forma sobresaliente, son los que han dedicado la mayor parte de su vida a entrenar sus dotes. Y quienes no lo han hecho, se quedan en promesa, en aquellos que, se afirma, “lo tuvieron todo para ser los mejores y no quisieron”.
Nunca en talento estará por encima del entrenamiento, uno no suple del todo al otro, son complementarios. “Cincuenta por ciento talento y el otro cincuenta entrenamiento”.