Pensar en los Bills sin ser alarmista era hacerlo con un equipo que durante la última década estaba en continua lucha para regresar al lugar que tanta afición esperó, en temporada regular, postemporada y llegando al Super Bowl. Era un equipo en reconstrucción, en la búsqueda de jugadores en determinadas posiciones que pudieran transformar el rostro de la organización.
Después del partido contra los Acereros de Pittsburgh queda clara una cosa: estos Bills son de verdad.
Empezando por Josh Allen, el quarterback de la universidad de Wyoming, ha cautivado a los aficionados. El claro ejemplo es cómo su familia pasó por un momento complicado tras el fallecimiento de su abuela y la afición decidió mostrarle su amor de distintas maneras. Con carteles en el exterior del hospital u organizando una colecta. Y no es fortuito el fervor alrededor de su figura.
No solo en lo deportivo, Allen es un jugador que ha mostrado su apoyo a la comunidad donando 200 dólares por cada anotación conseguida a lo largo de la temporada, además su organización sin fines de lucro que apoya al a gente de Buffalo.
En lo referente al emparrillado, ha logrado amalgamar su talento con la idea que tiene la organización y eso se ha traducido en verlos con un récord que hace mucho tiempo los aficionados no veían. Han superado a defensivas de élite como la de los Rams, Miami o Pittsburgh, y eso lo tiene hasta esta etapa de la temporada con 3,641 yardas, .686 de efectividad lanzando el ovoide, 28 anotaciones y solo 9 intercepciones.
Estos Bills merecen ser celebrados porque juegan bien, disfrutamos al verlos jugar y sobre todo, aún no llegan al punto de ser un equipo que no cometa errores y con todo eso siguen siendo líderes de su división y pelean por la cima.