Nunca había estado tan cerca de conocer y tocar por primera vez en mi vida la estatuilla del premio Oscar y estaba a punto de conseguirlo. Confieso que eso fue lo que más me atraía de entrevistar a Carlos Cortés, galardonado con el premio de la Academia por darle vida a los Sonidos del Metal, una cinta estadounidense que relata la historia de un baterista que pierde el oído.
La cita fue en una finca ubicada a los pies del Tepozteco, donde sigilosamente están los estudios que se convirtieron en la guarida secreta de Carlos Cortés y de los sonidistas mexicanos Jaime Bakshst y Michelle Couttolenc, además del francés Nicolas Becker.
Al llegar, el equipo élite de Fuerza Informativa Azteca, integrado por Luli Monsalvo, Everaldo Hernández y Vianney Rodríguez, fue recibido por una docena de perros de todas las razas que cariñosamente se avalanzaron hacia nuestros cuerpos.
Carlos se bajó de un modesto carro y amablemente nos mostró las instalaciones “Splendor” rodeadas de jardines -parecía que estábamos en Hollywood- donde había cabañas para hospedar a los productores; además de comedores con un aire del viejo oeste.
En medio de aquellos pasadizos de verde intenso está construida la casa de Carlos Reygadas, director de cine premiado en Cannes, a quien sorprendimos asomado en la ventana.
“¿Porqué te vestiste de mariachi?”, le gritó socarrón Reygadas a Carlos Cortés, quien había elegido ponerse un chalequito negro para la entrevista.
Luego de las risas, nos llevó al estudio equipado con una consola gigante de última generación para mostrarnos parte de su trabajo como ingeniero en audio.
Carlos Cortés permaneció ahí en una especie de retiro, encerrado en ese cuarto con forma de una sala de cine. Es tan minucioso el trabajo, que se requieren tres horas de edición por cada minuto que dura la cinta.
La próxima vez que vea una película deténgase en una escena, observe detenidamente la imagen y descubra el sonido, cualquiera que sea, desde una respiración casi imperceptible hasta el viento, que mueve las hojas de un árbol. Ese sonido que poca gente percibe es a lo que se dedica Carlos Cortés. No hay una sola escena que no tenga sonido. Y eso le valió ganarse el premio Oscar.
Carlos acaricia su barba encanecida mientras nos cuenta que fue rockero en su juventud, grababa y tocaba en una banda.
Yo era el niño que grababa todo en la casetera de mi papá.
La mañana del pasado 15 de marzo una llamada telefónica lo despertó de golpe.
Carlos, estamos nominados al Oscar.
Era Nicolas Becker. Desde entonces, en la cara de este ingeniero mexicano, se dibuja una tímida sonrisa. Por más que intenté exprimirlo para que nos relatara las emociones de recibir el premio, siempre fue mesurado y prudente. “Se siente padre”, decía en voz bajita.
Al terminar la entrevista nos tomamos unas fotos, aunque en realidad lo que me urgía era ver y cargar el cotizado premio bañado en oro. ¡Esa era la foto que yo quería!
- Oiga, ¿y nos podría mostrar la estatuilla?
- Híjole, no la traje. ¿Tenía que traerla a la entrevista? Fue su inesperada respuesta.