La enfermedad que siempre ha padecido el boxeo

Los malos fallos de los jueces se han convertido a lo largo de la historia del boxeo en el cáncer de este deporte, una enfermedad que sigue causando estragos.

Eduardo Lamazón
EL dictado: Análisis y Opinión

El cáncer de los malos fallos es la más cruel enfermedad del boxeo, y lo fue siempre. Hace 100 años pasaba lo mismo.

Era 1887 cuando a Patsy Cardiff, el canadiense, le robaron la victoria que merecía en su pelea con John L. Sullivan en Mineápolis. Dieron empate.

Las anotaciones equivocadas deberían ser ya una antiguada, archivada y olvidada, tomando en cuenta que desde hace medio siglo el mundo del boxeo está más o menos organizado en un mundo de comunicaciones inmediato, que exhibe a los depredadores de las tarjetas.

Cuando escuchamos la palabra “juez”, sabemos que se trata de una persona que tiene autoridad, y potestad para juzgar y sentenciar. Pensamos que su tarea tiene algo que ver con la justcia. Confiamos en que su trabajo se encargará de aquello que nos enseñaron nuestros maestros en la infancia: dar a cada uno lo que merece.

Pero en el boxeo pareciera que ser juez es otra cosa: individuos que dan con una tarjeta prevista, la que se ha de acomodar sobre la marcha para ajustar a los avatares de la pelea.

En el boxeo, los boxeadores no tienen miedo, pero los jueces tienen terror. Los espanta la posibilidad de una controversia, el quedar mal y no ser nombrados en la próxima gran pelea, votan por el famoso, por el favorito, por el local, o por el promotor. Y en el peor de los casos, la más grande estupidez: votan por su compatriota.

×