La enfermedad que siempre ha padecido el boxeo

Los malos fallos de los jueces se han convertido a lo largo de la historia del boxeo en el cáncer de este deporte, una enfermedad que sigue causando estragos.

El cáncer de los malos fallos es la más cruel enfermedad del boxeo, y lo fue siempre. Hace 100 años pasaba lo mismo.

Era 1887 cuando a Patsy Cardiff, el canadiense, le robaron la victoria que merecía en su pelea con John L. Sullivan en Mineápolis. Dieron empate.

Las anotaciones equivocadas deberían ser ya una antiguada, archivada y olvidada, tomando en cuenta que desde hace medio siglo el mundo del boxeo está más o menos organizado en un mundo de comunicaciones inmediato, que exhibe a los depredadores de las tarjetas.

Cuando escuchamos la palabra “juez”, sabemos que se trata de una persona que tiene autoridad, y potestad para juzgar y sentenciar. Pensamos que su tarea tiene algo que ver con la justcia. Confiamos en que su trabajo se encargará de aquello que nos enseñaron nuestros maestros en la infancia: dar a cada uno lo que merece.

Pero en el boxeo pareciera que ser juez es otra cosa: individuos que dan con una tarjeta prevista, la que se ha de acomodar sobre la marcha para ajustar a los avatares de la pelea.

En el boxeo, los boxeadores no tienen miedo, pero los jueces tienen terror. Los espanta la posibilidad de una controversia, el quedar mal y no ser nombrados en la próxima gran pelea, votan por el famoso, por el favorito, por el local, o por el promotor. Y en el peor de los casos, la más grande estupidez: votan por su compatriota.