Max Baer, una leyenda olvidada

Max Baer es uno de los peleadores más importantes de la historia, recordado por su excentricidad y potencia dentro del cuadrilátero.

Hoy pensé en revelarles una pincelada de la vida de Max Baer, un personaje absolutamente olvidado porque hay gente que cree que el boxeo comeinza con Muhammad Ali y termina con Julio César Chávez.

No es un reclamo a nadie lo que estoy haciendo. El olvidar es una característica muchas veces desgraciada de los seres humanos, y para que no te olviden tienes que se Ali, o Maradona, o Pedro Infante, y eso pocos lo consiguen.

Max Baer fue campeón mundial de peso completo hace 90 años. Fue un boxeador de vida y brillos sociales más notorios, vinculado sentimentalmente con innumerables actrices, coristas, estrellas y socialités.

Lo llamaban “El Magnífico Excéntrico” o “El atolondrado Maxi”. Impredecible en sus actitudes, antes de su pelea titluar con Primo Carnera, se acercó a su rival para arrancarle uno a uno los pelos del pecho, meintras cantaba: “Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”.

Cuando perdió con Jim Braddock, aunque las apuestas estaba 10 a 1 a su favor, declaró: “Ese título es mío, pero que lo use Braddock un rato, él tiene a tres niños que alimentar, y yo no sé cuántos hijos tengo”.

Un día, en agosto de 1930, peleaba con el local Frankie Campbell en San Francisco, quien se burló de Baer, y enfurecido por las burlas golpeó bárbaramente a Campbell, hasta matarlo.

Acto siguiente, Max visitó a la esposa del infortunado Campbell, y le dijo: “No me odies. Esto fue fortuito y lo lamentaré toda mi vida”. La esposa le respondió: “No te odio, porque también podía haberte pasado a ti”.

En mi libro de historia lo tengo en mi número 23 entre los peleadores más salvajes de todos los tiempos.

En 1933 Baer hizo la pelea del año para The Ring, ganándole a Max Schmeling. En 1934 fue campeón mundial, arrebatándole el triunfo a un boxeador que pesaba 25 kilos más que él.

En 1959, con 50 años de edad, lo sorprendió la muerte frente a un espejo, mientras se rasuraba. Se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y pronunció: “Oh, Dios. Aquí voy”.