En la época del mejor presidente de nuestro país, Porfirio Diaz, surgió la frase “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Se podrá estar de acuerdo o no con la sentencia, pero la cercanía geográfica -más de 3 mil kilómetros de frontera- es indiscutible.
Siempre hemos sido vecinos y desde 1993 socios comerciales, lo cual nos hermana en una relación envidiable para el resto del mundo. Compartimos un tratado de libre comercio, pero no de personas.
No exagero al decir que a menudo nos comparamos con Estados Unidos. Envidiamos sus carreteras amplias, su moneda sólida y su manera de aplicar la ley. El solo cruzar la frontera nos convierte en otro tipo de ciudadanos. Difícilmente rebasamos el límite de velocidad y nos la pensamos para pasarnos un alto o para mentirle a un oficial de migración en la garita.
Pero eso, solo lo experimenta un porcentaje mínimo de la sociedad, que tienen visa, que viaja por negocios o por turismo.
México no genera oportunidades y migrantes buscan futuro en Estados Unidos
La mayoría de los mexicanos que llegan a Estados Unidos lo hacen a escondidas. Cruzan el río Bravo con el riesgo de ser arrastrados por la corriente o mueren de sed en medio del desierto, mientras son perseguidos por la Patrulla Fronteriza.
Otros más, cruzan sin documentos encerrados en cajas de trailer como lo hicieron la semana pasada un grupo de migrantes, que terminó abandonado en Texas.
Cada uno pagó entre 100 mil y hasta un millón de pesos o más por cruzar. Eso es lo que cuesta el sueño americano.
¿Pobre México? Si, porque no ha podido generar las oportunidades para que cientos de migrantes prefieran quedarse en su patria.
¿Tan lejos de Dios? No lo creo, a donde vayamos llevamos a la Guadalupana. En muchos casos es la fe, lo que hace que sobrevivan en el cruce.
¿Tan cerca de Estados Unidos?
Solo geográficamente. Por lo demás, lo dudo.
