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¡El cuartel de las feas regresa a la señal de Azteca 7!

¡El diablo es puerco! Y sin duda sabe que nos encantan Yo Soy Betty, la fea, por eso podrás verla por la señal de Azteca 7 completamente GRATIS!

Yo soy Betty, la fea, regresa este 12 de mayo a partir de las 7:30 p.m a la señal de Azteca 7. No te pierdas de las ocurrencias del emblemático Cuartel de las feas.

Galerías,
Series A7

Por: Por: Emma García

Betty demostró que se puede conquistar al tipo más guapo de la oficina sin operarse la nariz, sin ponerse brackets y sin dejar de usar ese suéter verde traumático.

Betty demostró que se puede conquistar al tipo más guapo de la oficina sin operarse la nariz, sin ponerse brackets y sin dejar de usar ese suéter verde traumático.

Ecomoda era una empresa de moda donde, irónicamente, todos los diseñadores se vestían como si fueran a un carnaval sin presupuesto.
Don Armando vivía estresado porque entre esconderle cosas a Marcela, engañar a Betty y salvar la empresa, no le quedaba tiempo ni para peinarse bien.
Hugo Lombardi era la mezcla perfecta entre diseñador de alta costura y villano de Disney, con un “¡horrorrr!” siempre listo para disparar.
La peliteñida, con más tinte que dignidad, demostró que el chisme y el maquillaje no son lo mismo, pero igual se aplican con brocha gorda.
El cuartel de las feas no resolvía nada en la empresa, pero en dramas, lágrimas y bailes improvisados eran las verdaderas CEO del entretenimiento.
Betty podía hacer ecuaciones financieras imposibles, pero necesitó 200 capítulos para entender que si un hombre te esconde, no es amor, es papel reciclado.
Cada vez que Betty lloraba con fondo de violín, medio país lloraba con el, aunque en realidad queríamos gritarle: “¡Reacciona, mujer, te están usando!”
Nicolás, con su combo de trajes horribles y sabiduría callejera, fue el verdadero ‘sugar advisor’ que todo gerente financiero debería tener.
Al final, Betty se volvió modelo, empresaria, esposa y jefa, y dejó claro que uno puede ser fea hoy pero millonaria mañana.
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Betty demostró que se puede conquistar al tipo más guapo de la oficina sin operarse la nariz, sin ponerse brackets y sin dejar de usar ese suéter verde traumático.

Betty demostró que se puede conquistar al tipo más guapo de la oficina sin operarse la nariz, sin ponerse brackets y sin dejar de usar ese suéter verde traumático.

Ecomoda era una empresa de moda donde, irónicamente, todos los diseñadores se vestían como si fueran a un carnaval sin presupuesto.
Don Armando vivía estresado porque entre esconderle cosas a Marcela, engañar a Betty y salvar la empresa, no le quedaba tiempo ni para peinarse bien.
Hugo Lombardi era la mezcla perfecta entre diseñador de alta costura y villano de Disney, con un “¡horrorrr!” siempre listo para disparar.
La peliteñida, con más tinte que dignidad, demostró que el chisme y el maquillaje no son lo mismo, pero igual se aplican con brocha gorda.
El cuartel de las feas no resolvía nada en la empresa, pero en dramas, lágrimas y bailes improvisados eran las verdaderas CEO del entretenimiento.
Betty podía hacer ecuaciones financieras imposibles, pero necesitó 200 capítulos para entender que si un hombre te esconde, no es amor, es papel reciclado.
Cada vez que Betty lloraba con fondo de violín, medio país lloraba con el, aunque en realidad queríamos gritarle: “¡Reacciona, mujer, te están usando!”
Nicolás, con su combo de trajes horribles y sabiduría callejera, fue el verdadero ‘sugar advisor’ que todo gerente financiero debería tener.
Al final, Betty se volvió modelo, empresaria, esposa y jefa, y dejó claro que uno puede ser fea hoy pero millonaria mañana.
Betty demostró que se puede conquistar al tipo más guapo de la oficina sin operarse la nariz, sin ponerse brackets y sin dejar de usar ese suéter verde traumático.
Ecomoda era una empresa de moda donde, irónicamente, todos los diseñadores se vestían como si fueran a un carnaval sin presupuesto.
Don Armando vivía estresado porque entre esconderle cosas a Marcela, engañar a Betty y salvar la empresa, no le quedaba tiempo ni para peinarse bien.
Hugo Lombardi era la mezcla perfecta entre diseñador de alta costura y villano de Disney, con un “¡horrorrr!” siempre listo para disparar.
La peliteñida, con más tinte que dignidad, demostró que el chisme y el maquillaje no son lo mismo, pero igual se aplican con brocha gorda.
El cuartel de las feas no resolvía nada en la empresa, pero en dramas, lágrimas y bailes improvisados eran las verdaderas CEO del entretenimiento.
Betty podía hacer ecuaciones financieras imposibles, pero necesitó 200 capítulos para entender que si un hombre te esconde, no es amor, es papel reciclado.
Cada vez que Betty lloraba con fondo de violín, medio país lloraba con el, aunque en realidad queríamos gritarle: “¡Reacciona, mujer, te están usando!”
Nicolás, con su combo de trajes horribles y sabiduría callejera, fue el verdadero ‘sugar advisor’ que todo gerente financiero debería tener.
Al final, Betty se volvió modelo, empresaria, esposa y jefa, y dejó claro que uno puede ser fea hoy pero millonaria mañana.
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