FUERZA INFORMATIVA AZTECA

Fetichismo prehispánico: El freno cultural de México

México glorifica a un reino del neolítico que practicaba el canibalismo y el sacrificio humano a escala masiva. Esto no nos permite innovar y evolucionar

Juan Pablo Delgado con la bandera de México de fondo.
“Nos aferramos a una civilización que ni siquiera alcanzó la rueda, la escritura alfabética o el acero”.|Especial
Compartir nota

Lo mejor será decirlo desde el inicio: si algo detesto de la idiosincrasia mexicana es el fetichismo hacia las culturas prehispánicas.

Y antes de que algún mamón indigenista busque lincharme por racismo o insensibilidad, aclaro: este no es un argumento sobre superioridad cultural o racial. Mi punto es más sencillo: considera que nuestra fascinación desmedida por el pasado explica en buena parte nuestra incapacidad para imaginar un futuro de prosperidad y progreso. Porque mientras permanecemos atrapados en la supuesta grandeza de los mayas y los mexicas (más sobre esto a continuación), cerramos el camino para pensar en algo distinto que nos impulsa hacia adelante.

Les ofrezco algunos ejemplos, comenzando por la camiseta de la selección mexicana de fútbol. ¿Qué es lo primero que salta a la vista? ¡Claro! El mentado calendario mexicano estampado en el centro de la prenda. ¿Y el nombre de nuestro principal estadio de fútbol? ¡El “Azteca”, faltaba más! ¿Y los aviones que simbolizaban el poder presidencial en la época dorada del PRI? ¡El “Tenochtitlán” y el “Quetzalcóatl”, chingaos!

El fetiche por lo autóctono no da tregua. Hace poco, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó una nueva línea de autos eléctricos y un plan para crear microprocesadores, dos proyectos que deberían simbolizar el futuro. ¿Y cómo decidir llamarlos? ¡”Olinia” y “Kutsari”! Palabras en náhuatl (“movimiento”) y purépecha (“arena”) que reflejan —y esto en palabras de su propia gente— “nuestro arraigo y el orgullo en la herencia de nuestro pasado”. ¡Y dale con el pasado! ¡Pero qué pinche necesidad!

Ahora comparamos este fetichismo con la mentalidad italiana. Como todos saben, hace dos milenios el Imperio Romano era el centro del mundo occidental, a abarcar desde las islas Británicas hasta el Levante y el desierto del Sahara. Su idioma, sus bases legales y su arquitectura siguen presentes en nuestra civilización. ¿Y acaso vemos a los italianos estampando al Coliseo en sus uniformes? ¿Nombrando aviones “Julio César” o “Marco Aurelio”? ¿Usando el latín para nombrar a sus industrias más modernas? ¡De ninguna manera! Aun siendo herederos de uno de los imperios más monumentales y trascendentales en la historia, los italianos no explotan su pasado para extraer inspiración: fabrican automóviles futuristas y extravagantes; lideran en la moda con ideas disruptivas; y hasta bautizaron a su principal vanguardia artística del siglo XX con un nombre inequívoco: el futurismo.

En cambio, nosotros nos aferramos a una civilización que ni siquiera alcanzó la rueda, la escritura alfabética o el acero. Glorificamos a un reino del neolítico (literalmente de la edad de piedra) que practicaba el canibalismo y el sacrificio humano a escala masiva. Claro que esto no es culpa de los mexicas: ellos hicieron lo que pudieron con lo que tenían. El problema es nuestro empeño de maquillar esa precariedad y utilizarla como fuente inagotable de orgullo nacional y de creatividad, en lugar de evolucionar y dar un salto hacia un futuro innovador y próspero.

Lo más grave aquí es que ese fetichismo hacia lo aborigen nos tiene intelectual y artísticamente paralizados. México se convirtió a su pasado prehispánico en la base de la educación oficial, la iconografía del gobierno, las campañas de turismo y hasta nuestra propuesta creativa ante el mundo... ¡Todo orbita alrededor de leyendas, pirámides y plumas! Nos repetimos que somos ‘herederos de una grandeza ancestral’, sin reparar en que esa supuesta grandeza —imaginaria en su mayor parte— ya no sirve para producir conocimiento, tecnología o riqueza en este siglo XXI.

Bien dice el clásico que “estamos como estamos, porque somos como somos”, pero a esto debemos agregar que “somos como somos porque nos contamos las historias que nos contamos”. Y esta es la realidad ineludible: mientras más miremos al pasado, menos vamos a mirar hacia el futuro. Y hasta que no encontremos nuevos relatos que nos definen, seguiremos inertes y paralizados, ofreciendo una y otra vez nuestra última creatividad, nuestra imaginación y, en instancia, nuestro futuro, como sacrificio en el sangriento altar de Huitzilopochtli.