El vientre de su mamá cambió por un montón de escombros. Cubierta de polvo, con dos varillas enterradas y otras lesiones, estuvo una semana bajo las ruinas del Hospital Juárez, en la colonia Centro del entonces Distrito Federal, que colapsó en el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Cuarenta años después, aquella bebé reconstruye su pasado y conoció al joven que la rescató.
Sara Valencia fue rescatada del Hospital Juárez, y aunque dicen que un milagro la salvó, gracias a un grupo de jóvenes, entre ellos Gerardo Reyes, quien con solo 17 años, se metió a las entrañas de las ruinas y la salvó, pero fue hasta 2025 que se conocieron después de aquel terremoto de magnitud 8.1 que sacudió la capital del país a las 07:19 horas.
Sara y Gerardo, son como un padre e hija, que sin tener un vínculo de sangre, los unió una tragedia. Fuerza Informativa Azteca (FIA) conversó con ambos, quienes removieron recuerdos, sonrisas y lágrimas. Ella, una niña que perdió a su mamá el día que nació y él, un joven que con su trabajo dio nombre a los llamados hombres topo.
Del cunero a los escombros en el Hospital Juárez
Sara Valencia Corona vive en Tlaxcala, donde fue criada por sus abuelos paternos. Nació a las 05:50 horas, su mamá—quien se llamaba igual—murió tras el colapso del hospital. Su hermano de tres años y su papá se salvaron, pues se regresaron a casa por una pañalera en casa para que cuando ella naciera tuviera su ropa lista.
Una hora y media después comenzó a temblar. Ella estaba en el área de cuneros, pero fue encontrada hasta el miércoles posterior al sismo, y rescatada el viernes 27 de septiembre de 1985 entre las ocho y doce de la noche. Luego la llevaron al Instituto Nacional de Pediatría, donde estuvo hasta diciembre de ese año.
“Me rescata el señor Gerardo, es un topo, a quien tuve el gusto de conocer, no tiene mucho, fue hace unos meses y me dijo cuando me encontraron dentro de los escombros del hospital, yo tenía una herida en la cabeza, de hecho el cráneo estaba completamente abierto y solamente tenía una mallita, que cubría la masa encefálica. Tengo heridas en la pierna derecha, de una varilla me imagino (...) había dos varillas atravesando mi espalda, tengo heridas en el brazo, entonces es un verdadero milagro que esté 40 años después con ustedes”, relató Sara desde la sala de su casa.
Una infancia dura para una bebé milagro del sismo de 1985
Desde un sillón en casa y frente a unas flores, Sara se nota fuerte. Entre risas reflexivas, comparte esos pasajes de su historia, una que ha conocido solo de oído, pero que con los años, arropa con cariño por saber que está viva y pese a las adversidades que pasó, ahora ella es una madre orgullosa de quién es, una mujer que venció el qué dirá la gente por su físico tras las cicatrices.
Para asegurarse que estuviera bien de salud, sus abuelos Lorenzo y María Rosalía la llevaron al Instituto Nacional de Pediatría hasta los 12 años, aproximadamente, sin embargo, desde que fue dada de alta, su infancia estuvo marcada de adversidades por falta de dinero y la ausencia de sus padres.
“Para mí, mis abuelitos eran mis papás, y me enteré de que no, que mi mamá lamentablemente había fallecido. Ya me contaron que las heridas eran a causa del derrumbe del hospital. Yo tenía como 5 o 6 años, a esa edad, es muy difícil de entender, porque no te acuerdas de nada”.
Sus abuelos paternos, quienes tenían 63 y 65 años, se hicieron cargo de ella, pues su papá volvió a hacer su vida tras casarse y solo se llevó a su hermano a vivir con él. Sara y sus papás vivían en el municipio de Chalco, Estado de México, pero su mamá se aliviaría en el Hospital Juárez porque los doctores le indicaron que el bebé “venía muy grande” y era necesario llevarla a un lugar especializado.
La mamá de Sara fue encontrada entre los escombros al día siguiente del sismo y la sepultaron el domingo 22 de septiembre de 1985. El papá de Sara se enteró por las noticias que su hija fue llevada al Instituto Nacional de Pediatría, y acudió por ella, pero sus abuelos, quienes fallecieron a 100 y 98 años en 2020; ambos de muerte natural, se hicieron cargo de ella.
“Mi papá, lamentablemente por la muerte de mi mamá, por el shock de llegar y ver el edificio derrumbado, me cuentan, estaba muy mal. Entonces me entregan a mis abuelitos paternos, ellos son los que recogen, aprenden a curarme porque todavía tenía las heridas y el Instinto me entrega con ellos, pero legalmente no sé a nombre de quién estoy registrada”.
Robaron identidad a bebé milagro del Hospital Juárez
Cuando cursaba el quinto año de primaria, buscó trabajo. Un vecino, que tenía una panadería, le dio chamba y poco a poco, con lo que iba juntando, pagó sus estudios hasta la preparatoria.
Hace 15 años se casó y aunque ahora vive contenta con su esposo y una hija de 13 años, Sara reveló que su identidad fue usurpada, pues alguien se aprovechó y usó sus datos para cobrar el apoyo de un fideicomiso que el gobierno en ese entonces destinó a los bebés que sobrevivieron para así poder pagar sus estudios.
“Hubo alguien, pues mala onda, que con ese registro se queda con toda la ayuda, todos los fideicomisos y todo y no le entregan nada a mis abuelitos. Mis abuelitos y yo vivimos una niñez muy triste, muy precaria la situación porque no hubo ayuda alguna. La única ayuda que había era por parte del hospital para mis abuelitos, pero nada más en los traslados y en la comida porque me tenían que llevar cada 15 días o cada mes. Los únicos papeles que tengo son los que me entregó el hospital con mis abuelitos y ellos sacaron otra acta de nacimiento en Tlaxcala. Hubo alguien mala onda, aprovechándose de la edad de mis abuelitos, que se quedó todo ese recurso, a mí no me tocó absolutamente nada”.
Sara y Gerardo: un abrazo que pactó un rencuentro tras el terremoto del 85
El 28 de junio de 2025, en una reunión, Sara conoció a Gerardo, el joven que, junto con otros amigos de él, la sacaron de entre los escombros después de que las autoridades indicaron que cesaran las labores de búsqueda en el Hospital Juárez, pues no creían que alguien más estuviera vivo ahí. El encuentro fue convocado por el escritor Daniel Gallardo, autor del libro La historia recuperada del Hotel Regis.
“Cuando veo, llegó él, vestido con su uniforme de topo, con una manta, y me dicen ‘él es una de las personas que ayudó a encontrarte’. Él (Gerardo) fue bien sincero y me dijo ‘yo no te encontré al principio, otro compañero que se cayó como en un túnel encontró a bebés con vida’. Dijo que ya no les daban esperanza de que hubiera alguien con vida, ya habían pasado días desde el jueves 19, y dijeron que había bebés, se escuchaban. Intensificaron la búsqueda”
Gerardo, quien actualmente es abogado y topo rescatista, le contó a Sara que el miércoles 25 de septiembre de 1985 por la tarde escucharon los llantos de varios bebés entre los escombros del Hospital Juárez y por ello, no perdieron la esperanza de encontrarlos vivos.
“Fue muy confortante, podría decir, muy agradecida porque evidentemente yo tenía una hora y media de haber nacido, no me acuerdo de nada, entonces conocerlo a él fue una emoción. Yo le dije ‘muchísimas gracias’ porque gracias a que arriesgaron su vida, personas de buen corazón que no les importó los riesgos, no les importó el peligro, estamos aquí. Muy emocionada la verdad, muy agradecida con todos”.
Topo Gerardo Reyes y el rescate de Sara Valencia del Hospital Juárez
Cuarenta años después, afuera del predio donde estaba el Hospital Juárez, Gerardo, revive cómo fue aquel rescate, donde su solidaridad y adrenalina de juventud, le impulsaron para ayudar a sacar personas bajo los escombros; unas vivas y otras muertas.
“Siento que nací para esto, mi vida como persona y familia es una cosa, pero mi vida como hombre todo es un compromiso y ese compromiso me va a llevar hasta el último día de mi vida, voy a continuar con esto”.
Gerardo Reyes es abogado de profesión, pero rescatista por voluntad. Afuera del Hospital Juárez, a unas calles del Metro Merced, no se concibe como un héroe por salvar a Sara, pues lo hizo de corazón al verla tan vulnerable bajo los escombros.
A sus 57 años dice querer darlo todo por las personas, y cuando muera, revela, a punto de llorar, que le gustaría volver al Hospital Juárez, a la que llama su otra casa.
“Esta es mi casa, al final de cuentas es mi casa. Tan así nos compenetramos con el lugar, que lo sentimos como casa nuestra. Paso por la calle sin tener que entrar y sé que aquí hay parte de mi historia, hay muchas historias de muchas personas que se fueron (...) quiero llegar a los 80, o mañana, me muero, que me traigan aquí porque esta es mi casa. Así siento una compenetración, no con el edificio, no con la estructura, sino con esa historia, con esas lamas que andan deambulando en el edificio todavía”
El día del sismo, estaba en casa en Río Churubusco y La Viga, cuando se percató de la presencia de muchas columnas de humo en la calle, pero en ese momento, no sabía que eran varios edificios que se habían caído.
Aquel día cumplía años su abuelita y fueron a ver cómo estaba. Recuerda que en la esquina de Xola y Castilla, donde vivía su abuela, se cayó un edificio sobre otros edificios y una casa particular, pero por fortuna ella estaba bien.
En ese momento, dice, se desprendió de su familia, se lanzó a las calles del D.F. a prestar ayuda al dimensionar la cantidad de inmuebles caídos y personas atrapadas entre los escombros. El Hospital Juárez era uno de estos y llegó a la clínica para ayudar.
“Se oían los gritos que pedían ayuda y no pensé más, simplemente ayudar. De hecho, a los pocos minutos, me enfrenté a la vida, lo digo de esta forma, porque fue el primer momento en mi vida en que había tocado un cadáver, estaba batido se sangre, seguía escuchando gritos (...) enseguida se escuchaba el grito de una niña, seguí y continué. Tomé la decisión de continuar con la ayuda y de ahí rescaté primero a esa niña”.
Junto con más voluntarios, jóvenes principalmente, siguió rescatando personas. Entre el 19 y el 20 de septiembre, a las 16:00 horas, habían rescatado a 60 personas del hospital. El 22 de septiembre se hizo un llamado donde se solicitó removedores de escombros. Un camión de la Ruta 100 los trasladó al hospital, donde el Ejército tenía el acceso controlado.
Gerardo y los demás removieron escombros de la parte superior, pero sucedió un percance. Un joven llamado Carlos Ajuria, cayó al vacío, pero al lograr sujetarse, en lugar de pedir ayuda, alertó que entre los escombros se escuchaban llantos de bebés. Cuando Gerardo y otros compañeros se acercaron para sacarlo, confirmaron que había recién nacidos en ese punto.
Fueron 18 jóvenes los que participaron en las labores de remoción, pero que terminaron convirtiéndose en rescatistas, hoy llamados, hombres topo.
“Cuando se llega al primer bebé, se trata de dar las condiciones necesarias, pero se va pasando de uno a otro. No es de mano a mano, sino que estábamos nosotros de espaldas o de pecho tierra y había que tener el cuidado para poder sacar y liberar a los bebés uno a uno e irlo pasando al siguiente voluntario, hasta ese momento no éramos topos. Lo íbamos pasando uno a uno y se hizo la cadena y salieron los bebés (...) continuamos por el túnel, guiándonos por el sonido de los bebés, pasando entre piedras, escombros, cadáveres, fierros, cortándonos, raspándonos, pero no había que nos detuviera. No existía un impedimento, porque ese llanto de los bebés nos motivaba a continuar”
Sara, recuerda, fue la penúltima bebé que rescataron. “Se encontraba en el cunero, de fierro por la estructura de la canastilla, tenía algo atorado en su espalda, pensamos que era la ropita, pero en realidad no traían ropita más que lo básico. Tratamos de sacarla de la canastilla, pero no podíamos porque estaba atorada. Posteriormente, nos dimos cuenta al meter la mano, que tenía dos fierros enterrados en su espalda (...) tratar de sacar a Sarita fue con mucha más delicadeza que los demás bebés, que todos eran importantes, pero a ella, tuvimos que destrabarla para sacarla. Su llanto, su expresión de dolor era impresionante, al grado que lloramos”.
El abrazo eterno de una bebé que se aferró a vivir y un joven que la salvó
Sara estudió corte y confección, y ahora trabaja en una empresa que diseña ropones para bautizo y primera comunión en Tlaxcala. Cuenta que aceptar las heridas físicas “era lo de menos, finalmente, era un dolor emocional” al recordar lo que vivió”, pero el gobierno, dice, se olvidó de ella y no recibió apoyo alguno.
De su mami solo conserva su recuerdo en fotos, y aunque se recuperó de las heridas físicas, las emocionales aún no sanan. Con su hermano aún sigue en contacto y se frecuentan, pero no existe relación con su padre.
“El terremoto no nada más me vino a dejar cicatrices físicas, el terremoto me dejó un gran vacío. Cada 19 de septiembre lo recuerdan y lo recuerdan, es muy difícil (...) siento que de algún modo la vida me ha recuperado algo con mi familia”
Gerardo expresa que hace 40 años, cuando rescató a aquellos bebés, entre ellos Sara, a los pequeños los retuvo mucho tiempo el Instituto Nacional de Pediatría con el pretexto de que, dijo, a los bebés se les podía generar un trauma posterior al rescate.
“Nos prohibieron acercarnos a los bebés”, comentó. Incluso, en misas posteriores, en memoria a las víctimas, sabían que aquellos bebés ahí estaban, pero no sabían quiénes eran, y no podían preguntar por ellos porque les hicieron esa prohibición.
Por lo que esa necesidad emocional de saber de esos bebés y de Sara, lo motivo a acudir a la reunión en la que por primera vez platicó con ella tras ese 19 de septiembre, cuando sus brazos fueron su soporte para salvarla, pero ahora, ese contacto regresó con abrazo fraterno y de agradecimiento porque ambos se conectaron.