La leyenda cuenta que Marian, una pequeña niña, perdió a sus padres en un accidente, y siempre se sentaba en medio de puras flores amarillas mientras pensaba en sus padres, hasta que un día notó movimientos raros de ellas. Su abuelo le dijo que las flores se comunicaban entre sí para darle felicidad, pues se dice que son como un abrazo del sol.