En febrero pasado, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) publicó su encuesta sobre la satisfacción de los ciudadanos en México y los resultados son, más que reveladores, inquietantes: en una escala del 1 al 10, las personas le dan un 6.9 al país, un 7.2 a su ciudad y un 8 a su vecindario. ¿Cómo es posible que, entre el transporte colapsado, calles inundadas y basura en cada esquina, la calificación sea tan alta?
La respuesta es cruel: nos acostumbramos al mugrero. Normalizamos el caos. Asumimos como “aceptable” esperar dos horas por un camión, aguantar que el Metro colapse, inhalar smog, esquivar baches como deporte urbano y vivir entre la inseguridad y la indiferencia.
📍En la Presa Mixcoac, nuestro equipo de Protección Civil remolcó 4 autos atrapados por un fuerte taponamiento de basura.
— Javier López Casarín 💥🚀 (@LopezCasarinJ) June 30, 2025
Estamos trabajando muy en coordinación y apegados al programa #Tlaloque del @GobCDMX. pic.twitter.com/o3b7MMbJ5L
Esta resignación se refleja en la vida cotidiana de muchas personas en México. Según el informe, en noviembre de 2024 la satisfacción general con la vida fue de 8.6 en una escala de 0 a 10. Sin embargo, al desglosar por áreas específicas, la satisfacción con la seguridad ciudadana fue la más baja, con un promedio de 5.5 y menos mal, creo a ninguno de nosotros nos gusta salir de nuestras casas con la idea de que podemos ser asaltados o algo peor.
El colapso está aquí; lo vivimos día con día
La película Children of Men (2006) nos advirtió sobre esto; y no hablo del fin del mundo (todavía), sino del fin de la capacidad de asombro y su capacidad de creer en algo mejor. En esa distopía no hay un apocalipsis con meteoritos ni zombis, se muestra una sociedad colapsada que sigue funcionando, donde las personas han aprendido a sobrevivir, no a vivir, la humanidad ya no se sorprende del deterioro, sino que lo abraza con resignación.

Esta normalización de la degradación recuerda a lo que muchas ciudades y países como México enfrentan: pobreza estructural, colapso del transporte público, contaminación, inseguridad, y lo más inquietante... ¡la población lo acepta! Y eso es justo lo que muestran los números del Inegi, una sociedad que dejó de exigir, que se adapta a la ruina como si fuera parte del paisaje.
No es normal vivir así. No podemos aplaudir un 7.2 en ciudades que se ahogan con la lluvia, la basura y los asaltos son tiro por viaje. No es progreso; es conformismo disfrazado de “resiliencia”. Dejemos de romantizar a las mujeres “luchonas” o a los hombres “valientes” por salir diariamente en una odisea de dos, tres, cuatro o más horas, en condiciones deplorables, solo para trasladarse e ir a trabajar para mantener a sus familias. Reclamo que quienes hemos aprendido a sobrevivir en medio del caos y perdimos la capacidad de imaginar, exijamos un entorno mejor.
Lo verdaderamente alarmante no es que vivamos entre el caos y la basura, sino que lo califiquemos con un 8. Y ya sé que muchos pueden tildarme de fatalista, pero seamos honestos, esa cifra no refleja felicidad, refleja derrota, mediocridad, resignación y sumisión al mugrero. Y si seguimos aplaudiendo lo mínimo, entonces significa que vemos el colapso no con bombas ni catástrofes, sino que lo vivimos día con día, disfrazado de costumbre, que además puntuamos con una sonrisa en el rostro.
Te invito a leer otras de mis opiniones:
El “Gran Hermano” de Morena: La vigilancia llega con reformas
Del bully al bulleado: EU, el poder extranjero que obliga a Morena a rendir cuentas
Así se arrodilla a un ciudadano en el Senado del rey Noroña