¿Puede el petróleo salvar a uno de los países más pobres de Sudamérica? O mejor dicho… ¿pueden salvarse de la maldición?
Surinam, esa pequeña franja olvidada al norte del continente, que muchos no sabrían ubicar en el mapa sin abrir Google, acaba de entrar al radar de los grandes del mundo. Y no por una revolución política o una guerra civil. No. Lo que puso a Surinam en el ojo del huracán internacional fue un viejo conocido: el petróleo.
Se acaban de descubrir reservas millonarias frente a sus costas. Reservas que, si se explotan bien, podrían duplicar el PIB del país en los próximos años.
Un hallazgo histórico en Surinam: la historia de Sudamérica por el oro negro
Pero también, una alerta roja para todos los que ya hemos visto este episodio antes: país pobre + petróleo nuevo = receta perfecta para la corrupción, el clientelismo y la catástrofe ambiental.
Y aquí es donde entra una mujer que hasta hace poco no estaba en el libreto de nadie: Jennifer Simons, la primera presidenta de Surinam, elegida en mayo de 2025. Una médica, exdiputada y militante de izquierda, que ha prometido que esta vez sí será distinto. Que no se repetirá el libreto de Venezuela, Nigeria o Libia. Que el petróleo será palanca de bienestar y no dinamita bajo la democracia.
El problema es que la historia no suele ser tan generosa. Y menos con los países pequeños, con instituciones frágiles y vecinos voraces.
De colonia a campo petrolero, ¿bendición o maldición?
Surinam fue colonia neerlandesa hasta 1975. Su historia está marcada por la esclavitud, el racismo estructural y una desigualdad profunda. Hoy, más del 40% de su población vive bajo el umbral de la pobreza, y una gran parte depende de programas de asistencia. Su moneda se devaluó más del 95% en los últimos años. Y su nivel de endeudamiento es tal, que el Fondo Monetario Internacional ha tenido que intervenir varias veces.
Ahora imagina este panorama con millones de dólares entrando al país por contratos petroleros. Lo que se viene no es poca cosa: Surinam podría convertirse en el cuarto mayor productor de petróleo de Sudamérica, solo detrás de Brasil, Venezuela y Guyana.
Sí, Guyana, su vecino, es un espejo peligroso. En solo cinco años pasó de ser uno de los países más pobres del continente a un centro de extracción petrolera. Y con ello, llegaron los inversionistas, las constructoras, las élites nuevas y los escándalos. Porque cuando hay petróleo, llegan los buitres y también los amigos del poder.
¿Jennifer Simons será la excepción?
Simons promete transparencia. Ha dicho que las licencias serán públicas, que no habrá tratos bajo la mesa, y que las comunidades indígenas serán consultadas.
Suena bien. Pero Simons fue aliada del expresidente Desi Bouterse, un militar condenado por violaciones a los derechos humanos y acusado de múltiples actos de corrupción. Y aunque ella se desmarcó en campaña, su historial pesa.
Además, su gobierno ya anunció que quiere crear una empresa estatal petrolera. ¿Y adivina quién suele controlar esas empresas? Exacto: el partido en el poder. Ya lo hemos visto mil veces. Primero crean la empresa “del pueblo”, luego colocan a un primo, después asignan contratos sin licitación y cuando llega el escándalo, ya se fueron todos con sus maletas llenas.
¿Petróleo para todos o poder para unos pocos?
Surinam tiene una oportunidad histórica. Pero también un abismo en los pies. Tiene una presidenta mujer, progresista, con discursos de inclusión. Pero también tiene instituciones frágiles, grupos de poder acostumbrados al silencio, y una élite política que se mueve mejor en la sombra que en la luz.
La gran pregunta no es si el petróleo traerá dinero. Porque sí lo traerá. La pregunta es: ¿ese dinero se va a usar para sacar a la gente de la pobrez o para enriquecer a los de siempre?
Jennifer Simons tiene una oportunidad única de escribir una historia diferente. Pero también tiene la responsabilidad de no repetir el guión de siempre. Ese en el que los países pobres descubren riquez y pierden el alma.
Porque el problema no es el petróleo. Es el poder que se esconde detrás de él.