Tianguis de trueque: Tradición prehispánica que no muere

En el tianguis de Trueque de Santiago Tianguistenco, las negociaciones empiezan todos los martes desde las seis de la mañana; una tradición que se mantiene.

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Por: Fernanda Ortega
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El mercado de Santiago Tianguistenco mantiene vivas las tradiciones. | Fernanda Ortega

Es punto de comercio para personas que llegan de los alrededores para intercambiar comida, ropa y juguetes. | Fernanda Ortega

Truequera de San Nicolás Coatepec | Fernanda Ortega

El trueque no es el único ingreso, entre semana lava y plancha en casas, y los sábados y domingos hace tortillas de mano. | Fernanda Ortega

En el puesto de María Natividad, no se hacen largas filas como cuando llegan las camionetas con pan o fruta. | Fernanda Ortega

Todo lo truequeará por palitos de madera, el tipo de cambio en este tianguis. | Fernanda Ortega

Hincada sobre su suéter, bajo el rayo del sol, le regatean, cede, platica con sus vecinas, se pone de pie. | Fernanda Ortega

Todos los martes, desde las ocho de la mañana, María Natividad instala su pequeño puesto. | Fernanda Ortega

El “tipo de cambio” en este tianguis son palitos de madera. | Fernanda Ortega

María continúa acumulando palitos para hacerse de su despensa semanal. Igual que sus abuelos lo hacían. | Fernanda Ortega


—¿A cuántos palos?

—¿Qué cosa?

—El arroz con nopales.

—Son 40 palitos la bolsa.

—Ahorita solo tengo 18.

—¿Segura?

—Allá me los contaron, pero mejor deme lo de 10.

En el mercado de Trueque de Santiago Tianguistenco, las negociaciones empiezan todos los martes desde las seis de la mañana. Por siglos, el tianguis mexiquense ha sido el punto de comercio para personas que llegan de los alrededores para intercambiar comida, ropa y hasta juguetes.

Esta tradición prehispánica ha perdurado gracias a truequeros como María Natividad, quien lleva casi 70 años practicando esta forma de negocio. “Cuando nací, esto ya estaba. Yo venía montada en un burro, traída por mis abuelos”, cuenta. Además, recuerda con alegría que de niña cambiaba la leña que su familia llevaba, por ranas, que más tarde su mamá le preparaba en salsa verde. “Antes eran de aguas dulces, ahora son de aguas negras”, bromea al reflexionar sobre la escasez de su alimento favorito.

Si bien las formas han cambiado en siete décadas y ya no llega en burro a su destino cada semana, ahora María viaja por dos horas en camión desde su natal Ocuilan, aunque cuando tiene algo de dinero extra, toma un taxi, porque le es más cómodo y rápido.

Ella espera empezar a truequear pronto, mientras tanto, acomoda los recipientes donde tiene arroz rojo y nopales guisados, el chiquihuite lleno de tortillas de mano, y las bolsas de nopales crudos y de duraznos pequeños y verdes que ofrece; todo lo truequeará por palitos de madera, el tipo de cambio en este tianguis, que a su vez dará para obtener jabón, brócoli, frijoles o lentejas, que completarán el mandado de la semana.

En el puesto de María Natividad, no se hacen largas filas como cuando llegan las camionetas con pan o fruta, filas en las que hasta se mete la gente, que con tal de alcanzar algo, aguantan los gritos e insultos de quienes están formados.

Cada puestero pide las varas que cree que vale su producto. María, no es la excepción. Negocia con Juana Hernández, truequera de San Nicolás Coatepec, y acuerda darle un taco de arroz con nopal guisado por 10 palitos.

Hernández, desde hace año y medio asiste al tianguis debido a “la carestía” por la que ha pasado desde que enviudó. “Mi esposo falleció y uno de mis hijos vive conmigo, me da para la comida, pero no alcanza y esta es una forma de ayudarme”, platica mientras agarra su taco de manera que no se le desparrame.

Cada martes, Juana lleva un kilo de azúcar y lo truequea por 100 palitos de madera que administra para obtener muicle, papas, nopales, aguacate o chicharrón. Relata su estrategia en lo que deposita su decena de varas a lado de María, ordenadas para no tapar el paso de los pequeños pasillos que dividen los puestos del recinto.

Poco a poco María Natividad empieza a hacerse de sus palos -que, recalca a pesar de no escucharse segura, la gente pepena y no tala de los montes, como el gobierno dice-, y en caso de no gastar todas las varas que gana, las prestará o encargará a otros truequeros para no tener que llevarlas de regreso a Ocuilan.

La vida de esta mujer no solo ha girado en torno al trueque de Santiago, pues también ha hecho otro tipo de intercambios más simbólicos. Gracias a que de joven estudió primeros auxilios en la Misión Cultural de su comunidad, y solo por la satisfacción de ayudar, inyectaba a gente de su pueblo, y fue partera de una veintena de bebés, de los cuales “algunos ya hasta son papaces [sic]”. La última bebé que María recibió fue el 15 de septiembre de hace 22 años en el centro de salud de Ocuilan, donde tuvo que asistir a la doctora ante la falta de personal. Esa bebé es su nieta.

El trueque no es el único ingreso de esta madre de 12 hijos. Entre semana lava y plancha en casas, y los sábados y domingos hace tortillas de mano en un puesto de barbacoa de Oaxtepec, Morelos. Mientras platica, una niña puestera del mercado, se acerca y le ofrece una bolsa de la que escurría agua con sangre y soltaba un olor peculiar.

—¿No las quiere?

—¿Qué es, mija?— Le pregunta al tiempo mientras examina el paquete —¿A cómo las das?

—Se las regalo, son cabezas de pescado.

—A ver, déjalas ahí, para hacer caldo.

La niña se va, y María, que solo estudió hasta tercero de primaria, cuenta que le hubiera gustado ser educadora, ya que así habría tenido un mejor estilo de vida, pero de nuevo, por la falta de dinero, su sueño no se cumplió. Su realidad es otra: hincada sobre su suéter, bajo el rayo del sol, le regatean, cede, platica con sus vecinas, se pone de pie.

A medio día María está por terminar con su trueque de la semana, y aunque disfruta ir al mercado, está consciente de que peligra su existencia y no solo por las ocasiones en las que el gobierno ha intentado desaparecer el tianguis por la supuesta ilegal procedencia de la leña que se intercambia, sino porque, “es una tradición bonita, pero ahora con la tecnología y la escuela, es difícil que los nietos quieran venir”.

Así como nadie conoce la fecha de su muerte, todos desconocen cuándo desaparecerá el tianguis de trueque, a pesar de las arbitrariedades o de los cambios generacionales. Pero en lo que llega ese día, María continúa acumulando palitos para hacerse de su despensa semanal. Igual que sus abuelos lo hacían. ¿Así como lo harán sus nietos?

Todos los martes, desde las ocho de la mañana, María Natividad instala su pequeño puesto en el Mercado de Trueque de Santiago Tianguistenco, en el Estado de México.

El “tipo de cambio” en este tianguis son palitos de madera. Los truequeros los usan para hacerse de su mandado, o bien, se los llevan a sus casas para cocinar o calentar agua para bañarse.

Tianguis de trueque: Tradición prehispánica que no muere

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