Don Armando Aguilar no es bombero, pero actuó con el valor de uno. Hace un año y nueve meses, arriesgó su vida para evitar una tragedia mayor durante un incendio forestal en Xochimilco. Sin embargo, su valentía le costó caro: sufrió graves quemaduras, perdió su salud y, lejos de recibir apoyo, autoridades de la Ciudad de México lo despidieron injustificadamente solo por exigir sus derechos.
Todo ocurrió el 9 de marzo de 2024. Ese día, el bosque ardía y el sonido del fuego consumiendo la vegetación era ensordecedor. Don Armando, de 52 años y Jefe de Brigada de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural (CORENADR), recibió la orden de entrar a combatir las llamas.
El problema era evidente: No contaban con el equipo necesario
“Yo nunca tuve un equipo completo. Lo único que te daban era una pala, unos abatefuegos y la indumentaria de uniforme. Pero uniforme que no está habilitado para incendios”, relata Don Armando, quien caminó entre las brasas durante horas.
La exposición fue brutal. “Estuvimos expuestos al fuego casi un mínimo de 7 horas”, recuerda. La adrenalina y el deber hicieron que ignorara el dolor en ese momento, pensando que era simple cansancio por la distancia recorrida. La realidad era mucho peor: sus pies presentaban quemaduras de segundo y tercer grado.
La burocracia: 28 años de servicio a la basura
Tras el incidente, comenzó el segundo calvario para Don Armando: el burocrático .
A pesar de sus lesiones visibles y de haber estado hospitalizado, denuncia que las autoridades de la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) y de la CORENADR lo presionaron para volver a trabajar sin estar recuperado. Al no recibir la atención médica adecuada ni el reconocimiento de riesgo de trabajo, decidió demandar.
La respuesta de la institución fue el despido y el hostigamiento.
“Lo único que han ofrecido son como sobornos o cosas así para que retire las demandas”, denuncia Jessica Aguilar, hija del afectado.
Hoy, las secuelas físicas aún son visibles en sus pies, pero las heridas emocionales pesan más. Don Armando entregó casi tres décadas de su vida al servicio público , solo para ser desechado cuando más necesitaba respaldo.
“Yo tengo ya una antigüedad de 28 años sirviendo a la CORENA. Le he dado toda mi vida. Y se me hace injusto”, lamenta con la voz entrecortada. Mientras las autoridades de Medio Ambiente guardan silencio y se niegan a dar entrevistas, Don Armando espera justicia y una atención médica digna que determine si algún día podrá recuperar su vida cotidiana o si las llamas de aquel 9 de marzo le arrebataron para siempre su movilidad y su sustento.