Un día con los cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar

“Estos cadetes están dispuestos a dar la vida por nuestro país”, destaca Jorge Zarza en su crónica de la visita a la Heroica Escuela Naval Militar.

Escrito por: Jorge Zarza
Jorge Zarza escribe columna

Vista desde el cielo, la Heroica Escuela Naval Militar parece un barco navegando. Fue construida así, precisamente para que los cadetes estudiantes sintieran que están a bordo de una institución poderosa.

El equipo élite de Azteca Noticias, integrado por Ricardo Ruiz, Luli Monsalvo y Esteban Sánchez, fue asignado a esta cobertura especial e inusual, ya que logramos los permisos y las minuciosas autorizaciones para llegar una noche antes, dormir en la Escuela y amanecer con el toque de diana en punto de las 5 de la mañana, todo con la finalidad de presenciar las actividades que tienen desde que se levantan.

Llegamos el jueves por la noche y nos recibieron en el comedor de oficiales en el que pudimos disfrutar de una cena naval, alimentos equilibrados que aparte de llenadores, son la porción recomendada diaria, de acuerdo con el personal de Sanidad Naval, elementos que cuidan en todo momento la salud tanto física como mental de los cadetes.

Inmediatamente después nos instalaron en las alcobas destinadas a los oficiales y capitanes. Nuestros nombres estaban escritos afuera de las recámaras. Mi habitación era espaciosa, con aire acondicionado y pantalla de tv, un escritorio al lado de un frigobar, dos closets y algunas amenidades para disfrutar la visita.

Las toallas del baño estaban bordadas con la insignia de la Heroica Escuela Naval Militar, sobre el blanco inmaculado de la tela. Todo marcado para recordarnos donde nos encontramos.

Los 30 grados centígrados que esa noche nos recibieron, conforme avanzó la noche se convirtieron en 25. El calor y la humedad fueron nuestras sábanas aquella noche.

Al día siguiente el despertador sonó para nosotros a las 4 de la mañana. Pero no fuimos los únicos. Uno de los cadetes encargado de tocar la diana -una marcha militar que se entona con una corneta- se levanta una hora antes, toma su instrumento, ensancha sus pulmones y revienta con potencia el sonido que despierta a los 823 cadetes.

Todos se levantan al mismo tiempo, saltan de la cama, corren en fila hacia las regaderas y regresan de inmediato a tender su cama, recogen sus pertenencias y se alistan para encaminarse hacia el comedor para desayunar. Lo hacen tan rápido como el tiempo que uno se tarda en leer este párrafo.

El desayuno, además de proteína y carbohidratos balanceados, incluye una dosis de rigor y disciplina. Ninguno se sienta jorobado. Toman los cubiertos con elegancia y llevan el bocado hasta sus labios como si estuvieran robotizados. Pareciera que están coordinados: cortar, pinchar y comer. Todos al mismo tiempo. Luego se dirigen a sus habitaciones para lavarse los dientes y tomar los libros o cuadernos que usarán en las clases que empiezan a las 7 de la mañana.

Dependiendo de su grado académico y militar, los cadetes estudian hasta la 1 de la tarde. Las clases incluyen lo mismo matemáticas que inglés, estrategia naval y armamento. Tácticas de combate y deporte. Mucho deporte. Incluso, por la tarde, después de comer, destinan otras 4 horas para ejercitar sus músculos en las diversas actividades deportivas que hayan elegido: box, basquetbol, clavados, atletismo, bicicleta y natación, entre muchas otras.

En este navío de concreto anclado en el municipio de Antón Lizardo, Veracruz, los jóvenes cadetes, hombres y mujeres, son tratados por igual. Todos son adiestrados en el manejo de las armas, deben dominar las características que tiene, conocer el tipo de municiones, además de disparar con precisión. De ahí que las prácticas son muy exigentes, no hay espacio para el error o para el descanso. No importa si hace calor o el uniforme que traen pesa el doble porque está integrado con un chaleco antibalas y cargadores de repuesto.

Al mismo tiempo pero en otro lugar, personal naval se prepara para una demostración de sus actividades en la tierra y en el aire, desde donde se desplegaron las famosas alas de la Armada de México y pudimos ver como descendió un helicóptero de 8 toneladas en el patio central de la Escuela para realizar prácticas de despliegue. Su piloto, un marino aeronaval, dominó aquel monstruo de acero con una pericia quirúrgica. Al ver la hazaña, quisimos aplaudirles, pero nos contuvimos sin poder evitar nuestra cara de asombro.

Todas las áreas de esta Escuela tienen actividades. Mientras unos escalan edificios simulados, otros bajo el agua son capacitados para bucear sin ser reconocidos por el enemigo. Las actividades de los cadetes, no se limitan a la carrera militar o al sector castrense, algunos cadetes eligen estudiar también actividades recreativas, culturales, incluso de destreza.

Poco antes de la hora de la comida, nuestra idea de hacer un reportaje sobre la “cárcel naval” había cambiado por completo. Los jóvenes que estudian aquí, aman profundamente la escuela y consideran un privilegio portar el uniforme blanco. La disciplina no es exclusiva de esta institución, pero aquí se aprende a quererla.

Un día en la Heroica Escuela Naval Militar

El tiempo que estuvimos en las instalaciones, casi 20 horas en total, fueron suficientes para darnos cuenta que estos cadetes están dispuestos a dar la vida por nuestro país. Sí, se oye como una frase recitada, pero para ellos, es un honor representar a la Patria. Para ellas y ellos, Servir a México es mucho mas que unas letras de oro escritas en la pared.

Confieso que terminamos agotados, pero ha sido una de las mejores experiencias periodísticas para Fuerza Informativa Azteca.

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Escrito por: Jorge Zarza

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