¿Cómo llegó a Carlos Prieto el Violonchelo de Stradivarius?

Más allá de haber elaborado violines para Paganini el laudero italiano Stradivarius al morir dejó 1,100 instrumentos en todo el mundo.

Escrito por: Jorge Zarza
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Por Jorge Zarza

Mi fotografía con Carlos Prieto es de las pocas que tengo en el librero. Me divierte escuchar cuando me preguntan ¿ese señor es tu abuelito?

Siempre respiro antes de responder y les empiezo a contar la siguiente historia.

Este hombre tiene en su poder un violonchelo que fue construido en 1720 por el mismísimo Stradivarius.

Sí, el instrumento acaba de cumplir 300 años.

Más allá de haber elaborado violines para Paganini o para la orquesta de Bach, el laudero italiano Stradivarius pasó a la historia porque al morir dejó 1,100 instrumentos entre violines, violonchelos y violas, de los cuales, cerca de 650 se conservan hasta hoy en diversas partes del mundo.

Uno de ellos está en manos de Carlos Prieto.

Si la historia ya resulta extraordinaria, ni se imaginan lo que me contó el día que tuve el privilegio de entrevistarlo en su casa de San Ángel, en la Ciudad de México.

Carlos Prieto, aprendió a tocar el violonchelo cuando tenía 4 años, pero sólo como un pasatiempo. Cuando cumplió 17 se fue a estudiar su carrera a Estados Unidos y regresó con el título de Ingeniero.

Vivió y trabajó en Monterrey y llegó a ser el director de la Fundidora. En síntesis, era un exitoso hombre de negocios, además de esposo y padre de familia.


Pero... no era feliz.

En 1975, con 38 años, lo dejó todo. Sí, todo. Y se dedicó de lleno al violonchelo, su gran amor y su gran pasión.

La disyuntiva apareció: hacer una carrera de violonchelista que se antojaba gris y mediocre, o continuar con su actividad empresarial destacada.

El final se cuenta solo. Carlos Prieto trabajó día y noche. Apretó las cuerdas con tesón y así conquistó las más exigentes audiencias de Europa, Asia y Estados Unidos.

No, no es de suerte. Es de esfuerzo y disciplina.


Ha compartido escenario con Yo-Yo Ma y su nombre ha podido leerse en las marquesinas de Londres, París y Rusia, entre muchos lugares.

Simpático e ingenioso, armonizaba nuestra charla con anécdotas.

Para poder viajar en avión tuvo que bautizar al instrumento como “Chelo Prieto”. Y es
que el violonchelo no puede ir abajo con las maletas porque podría llegar hecho pedazos. No se puede meter en donde va el equipaje de mano ni debajo de los asientos porque no cabe. Debe ir, pues, como pasajero. Por eso, cada que viaja lo registra como “Chelo Prieto”.

Luego, me contaba que alguna vez en Madrid un taxista le dijo que su “bulto” tendría que aventarlo a la parrilla que se usa como maletero en el techo del carro.

Carlos Prieto le explicó que se trataba de un Instrumento delicado que debía ir adentro, además estaba lloviznando. ¡Está usted loco! -reaccionó el taxista-. ¡Ni que fuera un Stradivarius! Soltamos la carcajada al mismo tiempo y así concluyó la entrevista.

Luego, me invitó a tomarme la foto. Ahí estaba yo, con mi sonrisota, en el mismo sitio donde estuvo García Marquez, Carlos Fuentes, Saramago y Rostropovich.

En la imagen -que generosamente me obsequió- no aparece el valioso instrumento; vamos, ni siquiera me dejó tocarlo, sólo pude sostener el arco.

No es cosa menor, el arco es aquello con lo que Carlos Prieto resucita las cuerdas del vetusto Violonchelo cuando lo abraza y lo acaricia.

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Escrito por: Jorge Zarza

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