Hay días en los que despertarse ya cuesta trabajo… y no, no es solo flojera, es que en realidad te sientes cansada todo el tiempo. A veces el agotamiento es tan profundo que ni una buena noche de sueño, ni el cafecito de la mañana, ni la siesta “de emergencia” logran levantar el ánimo.
Y aunque muchas lo normalizan (“es la edad”, “el estrés”, “así es la vida”), no siempre debería ser así. Después de los 40, es común sentirse más cansada que antes.
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Pero si el cuerpo sigue pidiendo descanso una y otra vez, tal vez está intentando decir algo que vale la pena escuchar. Porque hay un tipo de fatiga que va más allá de estar ocupada: una que pesa, que abruma y que no desaparece con dormir un poco más.
¿Qué puede estar provocando este agotamiento que no se va?
No siempre hay una sola causa. A veces es la tiroides, otras veces falta hierro, un desajuste hormonal o simplemente que el cuerpo está enfrentando algo que todavía no se ha detectado.
De acuerdo con el National Institute of Aging, cosas como la anemia, la diabetes o incluso un desbalance de vitaminas pueden colarse silenciosamente en la rutina… hasta que se vuelven imposibles de ignorar.
Y sí, también están los medicamentos, el insomnio, los dolores físicos que se aguantan en silencio (como en la fibromialgia), o esa apnea del sueño que hace que el descanso, en realidad, no descanse nada.
El punto es que cuando la fatiga dura semanas, no es normal. Y no tiene sentido seguir haciéndonos las fuertes.

¿Y si no es el cuerpo, sino el corazón el que se siente cansado?
Muchas veces el agotamiento no viene de lo físico, sino de cargar con emociones que nadie ve. El miedo, la ansiedad, la incertidumbre o ese duelo que nunca se lloró bien… todo eso también cansa. Y mucho. Más aún si se sigue en piloto automático, sin espacio para una pausa real.
Encima, el ritmo de vida no ayuda: dormir a deshoras, comer lo primero que se encuentra, olvidarse del movimiento, vivir con café en la mano y sin un respiro verdadero.
No es culpa de nadie. Solo pasa. Pero también se vale decir: basta. Empezar por lo simple —como respirar profundo, mover el cuerpo, hablar con alguien— puede hacer una diferencia gigante.
¿Cuándo ya no es normal sentirse así?
Cuando ya no se trata de un mal día, sino de una racha larga. Cuando incluso en momentos tranquilos el cuerpo sigue apagado. Cuando todo cuesta el triple. Ahí es cuando conviene ir al médico y descartar lo que no se ve.
Puede ser algo tan sencillo como una deficiencia de vitamina B12… o algo más serio que necesita atención. Lo importante es no dejarlo pasar.
También existe algo llamado síndrome de fatiga crónica, que no siempre se diagnostica rápido, pero que existe. Y no, no es flojera ni excusa. Es real. Afecta la energía, la concentración, el ánimo. Y se puede tratar, si se nombra.
Sentirse cansada no debería ser el nuevo normal. Y aunque no siempre se tenga la respuesta inmediata, empezar a preguntar, a cuidarse, a buscar ayuda… ya es un acto de amor propio.