Del Día de Muertos ya se han hecho casi todos los reportajes en diferentes medios de comunicación, aun así, escuché con atención a dos empresarios que hablaban con mucho entusiasmo sobre su negocio, el de la muerte y los ataúdes.
Son los detalles, me argumentaban, mientras desayunábamos alegremente en el San Angel Inn. Ya lo notarás ahora que veas de cerca nuestro producto, me insistían.
Fue hasta el día que entré a su fábrica de ataúdes cuando dimensioné a qué se referían con los detalles. La planta está en los límites de Los Reyes la Paz, en Ciudad Neza, en el Estado de México.
Luego de una odisea esquivando baches, por fin llegué con los fabricantes de la última morada para los difuntos, acompañado del equipo élite de FIA integrado por Ricardo Ruiz, Esteban Sánchez y Vianney Rodríguez.
Entramos a un salón lleno de ataúdes. No hacía frío, pero sentí congelarme en cuanto me vi rodeado de cientos de cajas de muerto.
Jorge Zarza entre ataúdes antes del Día de Muertos
Conocí a cuatro mujeres cuya única labor es cuidar los detalles. Con sus habilidosas manos ellas se encargan de decorar el interior de los ataúdes.
Unas planchan la tela para que no se escape ninguna arruga, mientras sus compañeras hilvanan los pliegues para darle forma de abanico a la tapa que normalmente se abre para ver el rostro del fallecido.
Otras más tapizan con telas inmaculadas las colchonetas y almohadas que cubren la camilla de fierro donde descansará el cuerpo.

Confieso que nunca me había detenido a observar con minuciosidad la belleza de los adornos que van por dentro de un féretro. Me pasa lo mismo que a mucha gente que, en medio del dolor, deja de mirar los detalles por concentrarse en la pérdida de su familiar.

Decorar las cajas de muerto implica el trabajo de cientos de minutos y la pericia de costureras altamente calificadas para lograr que los forros se vean espectaculares.
Es nuestra forma de darle el pésame a la familia, aunque no conozcamos al difunto, todos merecen un buen sepelio, afirma orgullosa Reyna Saldivar, quien engrapa con rapidez los telares alrededor de la caja de metal.
Realmente parecía un robot por la precisión con la que trabaja.
Aun cuando fabricar ataúdes es una actividad que requiere absoluta seriedad, la jornada laboral no está exenta de sonrisas o de algunas bromas.
“Sobre todo a las compañeras de nuevo ingreso a veces las espantan”, asegura Berta García, quien fue sorprendida por una supuesta niña que se le apareció en los pasillos.
¡Ay nanita! Si eso causa miedo, las cifras causan aún más terror.
Durante lo más agudo de la pandemia estas mujeres llegaron a realizar hasta 160 cajas por día, ya que la demanda se disparó como nunca antes en la historia de las casas funerarias. Caja que hacía, caja que vendían.
Vaya que fue difícil encontrar un ángulo distinto para elaborar un reportaje sobre el Día de Muertos. Nunca me imaginé que la belleza de los zurcidos invisibles -que pasan desapercibidos- fueran los protagonistas de esta historia, junto con ellas, que son verdaderas diseñadoras de interiores.
