México decidió apostar por la “igualdad” como prioridad desde la década de los setenta. Los resultados están a la vista: bajo crecimiento, inflación descontrolada, devaluaciones brutales, deuda creciente, déficits presupuestales interminables, reducción de salarios reales, caída del PIB por habitante y, en consecuencia, más pobreza. Una promesa de justicia social que terminó siendo un callejón sin salida.

Gran parte de la pobreza que padecemos hoy no se debe a causas externas ni a “enemigos invisibles”, sino a decisiones catastróficas tomadas por los propios gobiernos. Políticas que ahogan la iniciativa privada, frenan la innovación y castigan la creación de riqueza.

Si seguimos confiando más en los gobiernos que en los individuos, nunca saldremos de la ilusión de que un “mesías” vendrá a rescatarnos. La historia demuestra lo contrario: los grandes saltos de prosperidad siempre han venido de la mano de mercados libres y de individuos que asumieron la responsabilidad de su destino. En los últimos cien años, el mundo —con mercados relativamente abiertos— ha generado más riqueza que en los cien mil años anteriores. Y gracias a ello, la pobreza extrema se ha reducido como nunca en la historia.

La pobreza también persiste porque muchas personas carecen del conocimiento necesario para generar riqueza. Y no hay que olvidarlo: la riqueza es, en el fondo, una medida de la contribución que haces a la sociedad. Para erradicar la pobreza, debemos revalorar la riqueza, el esfuerzo y la empresa como virtudes sociales, no como vicios que deben castigarse.

Preguntarse “¿qué causa la pobreza?” es empezar con el pie equivocado. La pregunta correcta es: “¿qué causa la riqueza?”. Y la respuesta está probada: libertad económica, mercados abiertos, competencia sana y creatividad individual. No necesitamos aranceles, regulaciones asfixiantes ni gobiernos intervencionistas. Lo que necesitamos es confianza en el talento, la innovación y el trabajo de cada persona.

¿Qué causa la prosperidad? Esa es la pregunta que debemos atrevernos a responder si queremos un México verdaderamente libre y próspero.