Dejen que les comparta un dato que seguro no traían en su radar: el próximo año se llevará a cabo el proceso democrático más grande de la historia, donde más de la mitad de la población mundial -cerca de 4,000 millones de personas- tendrán elecciones para cambiar a sus gobernantes. ¿Quiénes participan? Países como la India, Estados Unidos, Finlandia, Indonesia, Taiwán, El Salvador, obviamente nosotros en
México y algunos otros más.
Pero ahí les va otro dato igual de interesante pero más preocupante: este megaciclo electoral marcará un nuevo paradigma en la historia, porque será el primero que se realice en la Era de la Inteligencia Artificial.
Miren, quizá ustedes tengan una opinión muy elevada de la humanidad y este último dato no les cause ruido. Pero no debemos engañarnos: la disponibilidad masiva de la Inteligencia Artificial -sí, fascinante y revolucionaria, sin duda- debe obligarnos a reflexionar sobre todos los tipos de disrupciones que debemos sortear al enfrentar a esta tecnología con los caóticos procesos democráticos. Pero antes de continuar, tomemos una breve desviación para viajar al pasado:
Nuestro primer destino es la democracia más grande del mundo: India. Es el 2019 y hay elecciones generales. En este ciclo electoral, los principales partidos se han volcado a Whatsapp para crear miles de grupos que les permitirán conversar directamente con el electorado y enviar toda clase de propaganda política. El principal operador de esta estrategia es el Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party), liderado por Nerendra Modi. ¿Cuál es el problema? Que gran parte del contenido que enviaron son noticias falsas, desinformación y retórica de odio contra las minorías religiosas. Al final, este tipo de campaña sucia termina en violencia y asesinatos.
Ahora viajemos a Estados Unidos, la segunda democracia más grande del mundo. El año es 2016 y Hillary Clinton compite contra Donald Trump. ¿Qué fue lo que ocurrió en esta elección? Un diluvio de noticias falsas, memes, venta de datos para propaganda microdirigida (Cambridge Analytica) y granjas de bots operadas por gobiernos extranjeros. El resultado fue un absoluto congal que -algunos argumentan- le costó la elección a la señora Clinton.
Ahora bien, la desinformación no es nada nueva, y quizá sea tan antigua como la democracia misma. Pero como indica The Economist, existen tres enormes diferencias entre el 2016 y el 2019, comparado con lo que veremos el año próximo.
Primero, la automatización. En cualquiera de los ejemplos anteriores debemos considerar que cada contenido, cada mensaje, cada meme y cada noticia falsa debió ser creada por un ser humano. Las granjas de bots también fueron operadas por humanos. Lo que veremos en pocos meses es otra bestia: programas de IA vomitando material tóxico incesante e incansablemente. Como indica The Economist, los avances en la inteligencia artificial “hacen posible la propaganda sintética”.
El segundo problema es la cantidad y masificación. Antes uno debía considerar las “horas hombre” para generar desinformación, pero con la IA el output podría multiplicarse por “1,000 o por 100,000 veces”. Basta con dar un simple comando a esta tecnología para que una computadora genere toda clase de propaganda tóxica.
El tercer problema es la calidad: si antes la desinformación debía hacerse manualmente, ahora tenemos deepfakes hiperrealistas tanto en imágenes, audio y video. Sumemos a esto el microtargeting y los votantes pueden verse inundados con propaganda altamente personalizada a gran escala.
La pregunta final es muy sencilla: ¿Podemos confiar en que el electorado global tenga la suficiente inteligencia y el suficiente criterio para discernir entre propaganda falsa y legítima? Yo no lo creo. Basta con pasar un día en cualquiera de las plataformas de redes sociales para ver que nos enfrentamos a un absoluto y reverendo desmadre el año que viene.
¡Que los dioses tecnológicos y la diosa de la democracia nos agarren confesados!