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El sonido del lienzo: Un retrato de la tradición y orgullo de la charrería mexicana

Este deporte nacional es mucho más que un espectáculo: es la herencia de un México que se preserva en el sonido de la reata, el aroma de los caballos y la pasión de un lienzo.

Un retrato de la tradición y orgullo de la charrería mexicana
El sonido del lienzo: Un retrato de la tradición y orgullo de la charrería mexicana|Fernanda Ortega/FIA.
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Entrar al lienzo de la Asociación Nacional de Charros (ANCH) es encantarte en un ambiente campirano a tan solo unos metros de Constituyentes, una de las avenidas más transitadas de la Ciudad de México. Los olores de la arena del lienzo y de los caballos te envuelven apenas cruzas la reja principal y te preparan para ver cómo entre trajes bordados y sombreros anchos, la charrería cobra vida como lo ha hecho a lo largo de los años, de los cuales, 104 la ANCH ha sido pieza clave en el desarrollo de este deporte nacional.

Un linaje de tradición

José Antonio Violante, vicepresidente de la Asociación, cuenta que es gracias a los hacendados y caporales de antaño que nace la charrería en México, “Hacían las faenas para mover, herrar, inyectar o aretar el ganado, y con el tiempo se convirtieron en las nueve suertes de la charrería”. Es en épocas postrevolucionarias que la añoranza del campo en las ciudades mexicanas dio lugar a la charrería como deporte.

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José Antonio Violante, charro de segunda generación en su familia, es el vicepresidente de la Asociación Nacional de Charros.|Fernanda Ortega.

Maestría y elegancia en la pista

La charrería carga con una paradoja: mientras es símbolo de lo mexicano, apegada a valores familiares y reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, sus gradas no se llenan con la misma convocatoria abrumadora, como ocurre con un estadio de futbol.

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El coleadero es una de las nueve suertes charras y consiste en que un charro montado a caballo, al galope, derribe a un toro o novillo sujetándolo por la cola en una distancia máxima de 60 metros.|Fernanda Ortega.

Pasión y dedicación: Un estilo de vida

Durante mucho tiempo, se tuvo la percepción de que el ambiente charro era elitista, ajeno a la mayoría, casi como una herencia que no siempre dejaba entrar a los curiosos. Sin embargo, poco a poco, las cosas comienzan a cambiar: las redes sociales muestran lo que ocurre dentro de los lienzos y los eventos ecuestres, como el Charro Fest, invitan a mirar de cerca una tradición que, más que deporte, es un espejo de identidad mexicana.

Y un estilo de vida, pues según Oscar Santiago, directivo de la ANCH, “es una pasión a la que le dedicamos horas diarias para estar en nuestro mejor nivel porque trabajamos con animales que merecen cuidados, entrenamiento y aseo, entonces todo lo que el público ve en las charreadas o en espectáculos es el resultado de un extenso proceso de conocer y convivir con nuestros caballos, que inicia desde que nacen, hasta los cinco años que ya pueden competir. Tener caballos, puede cualquier persona, pero ser alguien de a caballo, no todos lo logran”.

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Dorito es un caballo de cinco años, y participa junto con Oscar en la suerte de coleadero.|Fernanda Ortega.

El traje de charro: Símbolo de identidad

Ese estilo de vida también se viste. La chaqueta corta, las botonaduras metálicas que recorren mangas y pantalón, la camisa clara, el moño en el cuello y el sombrero de ala ancha forman un conjunto tan riguroso como elegante. Nada se deja al azar: un reglamento determina cómo portar cada prenda, ya sea en traje de faena, de media gala, de gala o de gran gala. Vestirse de charro, dicen, es un acto de respeto y elegancia.

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Oscar Santiago porta un traje de media gala, utilizado para eventos importantes, como competencias.|Fernanda Ortega.

El arte y la historia en cada lazo

En medio de los mitos que rodean a la charrería, uno de los más recurrentes es el del maltrato animal. Sin embargo, a diferencia de la tauromaquia, “aquí no se mata ningún animal y tenemos un extremo cuidado en el manejo de todos ellos”, subraya Fernando Espina, directivo de la ANCH y competidor en cala y colas. El vínculo con los caballos y el ganado es de respeto: sin ellos, no hay suerte que pueda realizarse.

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Diego Díaz Barriga ejecuta el floreo de reata, uno de los adornos más emblemáticos de la charrería.|Fernanda Ortega.

Ese respeto también se refleja en los instrumentos. Diego Díaz, encargado de organizar competencias y equipos dentro de la Asociación, explica que la reata —introducida en México desde la época colonial, cuando a los charros no se les permitía usar lanza como en Europa— es un objeto artesanal, elaborado con ixtle, cuya fabricación puede tardar hasta un mes, y aunque es resistente y pueden lazarse animales de más de 600 kilos, no se puede mojar porque se daña, y su precio, que ronda entre seis y siete mil pesos, no garantiza su durabilidad: puede romperse incluso en el primer uso. Según la suerte, cambia el peso y la longitud, aunque la más larga alcanza los 40 metros.

Con ella se ejecuta el floreo, la habilidad de girar la reata en figuras circulares y espirales, una mezcla de técnica, fuerza y ritmo que es tan vistosa como complicada. Requiere horas de práctica para dominarse, al grado que en el ambiente charro existe un dicho: “es mejor empezar de babas y no de barbas”, comenta Diego. México es, de hecho, el único país que ha hecho del floreo una tradición propia, una marca de identidad dentro de este deporte.

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Diego Díaz, José Antonio Violante, Fernando Espina y Oscar Santiago son directivos de la Asociación Nacional de Charros, la más antigua del país con 104 años de existencia.|Fernanda Ortega.

Así, la charrería se cuenta entre aromas de tierra húmeda, caballos dando todo en las faenas y el sonido de la reata cortando el aire mientras es floreada. Entre la disciplina que exige cada suerte, el cuidado minucioso de los animales, la formalidad de la vestimenta y la convivencia entre charros, este deporte se convierte en una forma de vida. No es un espectáculo de masas, aunque debería de, pero sí un ritual que guarda en cada detalle la memoria de un México que todavía respira en sus lienzos, y que, generación tras generación, sigue buscando mantenerse de pie, orgulloso, frente al bullicio de la modernidad que lo rodea.

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