En México, cerca de 19 mil personas aguardan un trasplante que podría salvarles la vida; sin embargo, la tasa de donación es de apenas tres por cada millón de habitantes, una cifra alarmantemente baja en comparación con países como España, que registra 45. Esta brecha entre la necesidad y la disponibilidad de órganos deja a miles de familias en una dolorosa espera, donde el 80% de los pacientes fallecerá antes de recibir una segunda oportunidad.
La Dra. Dalia Peláez Guzmán, médico cirujano especialista en trasplantes, desmitifica este complejo proceso y revela que la solución no solo está en la infraestructura médica, sino en un acto de amor y comunicación familiar. Un simple diálogo puede transformar una tragedia en un milagro, permitiendo que el dolor de una pérdida se convierta en la esperanza de vida para muchos otros. La donación de órganos es, en sus palabras, “familias sanando a otras familias”.
La cruda realidad de la donación de órganos en cifras
El panorama de la donación de órganos en México es un contraste de talento médico y una abrumadora necesidad insatisfecha. Aunque el primer trasplante exitoso se realizó en 1963, hoy la lista de espera del Centro Nacional de Trasplantes (Cenatra) supera los 19 mil pacientes que necesitan un riñón, hígado, corazón o córneas para seguir viviendo.
“La enfermedad renal es la causa número nueve de muerte en México. Por lo tanto, nosotros tendríamos que tener enlistadas a 90 mil personas y solo tenemos 20 mil”, explica la Dra. Peláez. De esa enorme lista, solo una mínima fracción recibirá el órgano que necesita. “El 80% de los pacientes van a morir en esa lista porque uno, no lo saben, y dos, tampoco disponemos de muchos órganos para ponerlos”.
El mito del tráfico de órganos: “Es más de película”
Una de las barreras más grandes para la cultura de la donación son los mitos, especialmente el temor al tráfico de órganos. Historias sobre secuestros para extraer un riñón han permeado el imaginario colectivo, pero la realidad quirúrgica las desmiente por completo.
“Es imposible. Una procuración de órganos es una cirugía de muy alto nivel”, afirma con contundencia la Dra. Peláez. Explica que se necesita un quirófano, equipo especializado y un equipo de al menos 20 personas con alta especialidad. “Si a nosotros, promoviéndolo en instituciones, nos cuesta trabajo, obtener órganos para gente que está muriendo, no sé cómo le harían ellos”. La idea de despertar en una tina con hielo y una cicatriz es, simplemente, ficción. La complejidad del procedimiento hace que el mercado negro sea logísticamente inviable en esos términos.
La decisión final: La familia del donador tiene la última palabra
En México existe el “consentimiento tácito”, lo que significa que, por ley, todos los mexicanos son donadores al nacer, a menos que expresen lo contrario por escrito. Pero, en la práctica, esta ley queda sin efecto si la familia no da su autorización en el momento del fallecimiento.
“Si nosotros no le decimos a nuestra familia que queremos donar, no se va a concretar la donación”, subraya la especialista. Aunque una persona lleve una credencial que lo acredite como donante, la voluntad de los familiares es decisiva. “Así tengas en tu licencia, en donde sea, si tu familia no da la autorización, no hay manera. No va a suceder”. Por ello, la comunicación es la herramienta más poderosa para cumplir el deseo de donar.
Más allá de la cirugía: Familias sanando a otras familias al donar
El verdadero corazón de la donación de órganos no es el acto quirúrgico, sino el impacto humano que genera. Es una cadena de generosidad que surge del momento más doloroso para una familia y se convierte en la máxima alegría para otra. La Dra. Peláez lo describe como un acto sublime de amor.
“Convertir eso (la muerte) en la oportunidad de que el papá de alguien viva, de que el hijo de alguien no muera, es lo que hace la grandeza de esta donación”, comenta emocionada. Las historias de éxito son conmovedoras: un niño que por fin conoce su verdadero color de piel tras un trasplante de hígado, un paciente que corre un maratón, o una madre que puede ver crecer a su hijo. “No hay palabras para decirte lo que una persona puede hacer en la vida de otro ya fallecido. Cambia una vida, cambia una historia y sí, cambia una familia”.