El 9 de septiembre de 2024 marcó un antes y un después en Sinaloa. Su capital, Culiacán, se sumió en un espiral de violencia que ha dejado una estela de caos y cientos de vidas perdidas.

Lo que comenzó como un enfrentamiento entre grupos delictivos pronto se transformó en una guerra abierta que no tiene freno, mientras los ciudadanos exigen a gritos mayor seguridad.

@aztecanoticias #NoEsNormal | A 1 año de la violencia imparable en Sinaloa, nada ha cambiado. Miles lloran a sus muertos, buscan a sus desaparecidos y viven con miedo... Lo más grave: que el gobierno intente acostumbrarnos a esta violencia como si fuera normal. Pero no lo es. #AztecaNoticias #violencia #Inseguridad #Sinaloa #violenciaSinaloa ♬ sonido original - Azteca Noticias

Primer enfrentamiento en la carretera México 15; así empezó el año de terror en Culiacán

Todo empezó en la carretera México 15, cuando se registró uno de los primeros choques armados entre Los Chapitos y los Mayitos, facciones del Cártel de Sinaloa, que dos meses antes vio caer a uno de sus líderes.

Esto a consecuencia del secuestro y entrega a la DEA de Ismael “El Mayo” Zambada, presuntamente a manos de uno de los hijos de Joaquín Guzmán Loera; hecho que rompió décadas de acuerdos entre los grupos delictivos.

En su momento se reportó una persona muerta y decenas de vehículos abandonados con impactos de bala, sin imaginar que sería el principio de un historial de violencia.

El Fraccionamiento 3 Ríos fue uno de los puntos más afectados, donde los enfrentamientos duraron más de 40 minutos. Habitantes narraron que grupos armados “llegaron, tiraron como una bomba y decenas se agarraron a balazos”.

En las avenidas principales, los delincuentes se apoderaron de vehículos de ciudadanos para huir o atacar a sus rivales.

Víctimas de la narcoguerra en Sinaloa

De enero a julio de 2025, los homicidios dolosos en Sinaloa se contaron por miles. Solo en los primeros meses del conflicto, sumaban más de mil, 700 víctimas.

Mostrando que la violencia no distingue edad ni ocupación, tanto hombres, mujeres, niños y trabajadores de la salud han sido víctimas directas.

Pero, además de vidas, la narcoguerra arrebató algo que no se puede cuantificar: la tranquilidad y la seguridad.

A un año de impunidad y miedo, el estado sigue pagando el precio de una guerra que parece no tener fin, mientras las autoridades se deslindan de sus responsabilidades.