En toda guerra, se dice que la primera víctima es la verdad. Pero para que la verdad muera, primero hay que silenciar a quien la narra.
Desde el 7 de octubre de 2023, la Franja de Gaza se ha convertido en el epicentro de un ataque sin precedentes contra la prensa; 228 periodistas han sido asesinados, según las cifras documentadas, en su mayoría por acciones del ejército de Israel.

Esa es una cifra que hiela la sangre y que establece un récord macabro en la historia del periodismo moderno, superando el costo en vidas para la prensa en conflictos como Vietnam, Irak o Afganistán.

Los rostros de cientos de reporteros, fotógrafos y camarógrafos se han convertido en el símbolo de una estrategia que, para organizaciones internacionales, tiene una definición muy clara bajo el derecho internacional.

Un patrón deliberado de ataque

La sistematicidad de los ataques sugiere que no son casualidades ni “daños colaterales”. Alfonso Belauz, Presidente de Reporteros Sin Fronteras (RSF), es tajante al respecto. “Hemos observado un patrón de conducta del ejército de Israel, que es atacar los puntos donde se concentran los periodistas para trabajar y también mandar avisos a las viviendas particulares de los periodistas y a continuación atacarlos”, detalla.

Esta persecución calculada lleva a RSF a una conclusión legal y moral irrefutable. “Es un crimen de guerra. Por tanto, consideramos asesinatos todas estas muertes”, sentencia Belauz.

La acusación es directa: se está eliminando deliberadamente a quienes documentan el conflicto desde el terreno.

El miedo como arma

Para los pocos que aún se atreven a informar, el día a día es una ruleta rusa de amenazas y peligros mortales. El periodista Çağrı Çalışkan relata la hostilidad que enfrentó en la frontera con Gaza:

“Nos amenazaron muchas veces. Pero las dos amenazas que recibimos fueron muy serias. Nos apuntaron con un arma. '¡Fuera de este país, no los queremos aquí!’, nos gritaron”. Su testimonio es el de muchos otros que se enfrentan a la intimidación constante, no solo desde el aire, sino cara a cara con el ejército de Israel.

Esta atmósfera de terror busca un objetivo final, como explica Alfonso Belauz: “lo que no se quiere son testigos”. La estrategia es doble. Por un lado, se ha impedido el acceso a la prensa internacional. Por otro, “no se tolera la existencia de periodistas que reporten desde Gaza”. El resultado es un apagón informativo casi total.

Sin testigos, no hay rendición de cuentas. Sin reportajes, no hay crimen de guerra documentado. Solo queda el comunicado oficial, la versión aséptica de quien apretó el gatillo.

Ante este panorama, la llamada de Emre Kaya, de la organización humanitaria IHH, resuena como un acto de resistencia: “Tenemos que seguir hablando de Gaza... nunca dejar de hacerlo. Debemos mantener esto en la agenda mundial”.

Asesinar a un periodista no es simplemente un acto de censura. Es la arquitectura de un silencio forzado. Un silencio que, con cada reportero caído, grita más fuerte.