Hace exactamente un año, la furia no esperó a la noche. El 29 de octubre de 2024, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) de una potencia apocalíptica reventó los barrancos secos y convirtió media provincia de Valencia, España en una trampa mortal de agua y lodo.
La riada, de una violencia inusitada, sorprendió a las víctimas en sus propias casas, en estacionamientos subterráneos que se convirtieron en tumbas líquidas, en patios y en carreteras que desaparecieron bajo el torrente.
El saldo fue trágico y casi instantáneo: 229 fallecidos en las primeras horas, una cifra que, doce meses después, se ha elevado a 237 víctimas mortales y pérdidas materiales que superan los trescientos ochenta mil millones de pesos mexicanos.
Un año después, el lodo se ha retirado, pero ha dejado una costra de dolor, melancolía y, sobre todo, una rabia sorda. Lo más doloroso no fue la lluvia, sino la falta de previsión. Hoy, una jueza investiga por qué Emergencias de la Generalitat Valenciana no emitió una alerta masiva a los teléfonos móviles a tiempo, a pesar de las advertencias meteorológicas que gritaban el peligro.
La alerta, cuando llegó, era inútil: eran las 8:11 de la noche, horas después de que el agua ya hubiera arrasado pueblos enteros.
Han pasado 20 días desde la devastadora #DANA en #Valencia, España, que dejó más de 200 muertos y miles de afectados.@rodrigolema96 entrevistó a Daniel Velásquez, un rescatista mexicano, quien destacó la naturaleza solidaria que tenemos ante las situaciones de crisis.… pic.twitter.com/McQhA7MJ2S
— Fuerza Informativa Azteca (@AztecaNoticias) November 20, 2024
“Se pudieron haber salvado cientos de vidas”
La investigación judicial se centra en una negligencia que los supervivientes no pueden perdonar. La pregunta que resuena en los juzgados y en cada café de los pueblos afectados es la misma: ¿Por qué no se avisó? Gustavo Tinoco, chef mexicano propietario de la taquería El Trompo Mexicano, vio su sueño arrasado por la riada, el conversó con Fuerza informativa Azteca.
Tinoco lo resume con una claridad dolorosa: “Yo creo que sí hubo negligencia por las autoridades por no avisar. Creo que esa alarma que llegó a las 8:11 de la noche, si hubiera llegado a las 4:00 de la tarde, a las tres... lo más doloroso es que se pudieron haber salvado, pues cientos de vidas”.
La cronología de ese día confirma sus palabras. Gustavo estaba en su restaurante de tacos, “El Trompo Mexicano”, en el municipio de Catarroja. Faltaban apenas quince días para la inauguración, prevista para el 15 de noviembre. Estaba con su esposa ajustando los últimos detalles, decidiendo la mantelería. Eran cerca de las seis de la tarde. “Empecé a ver gente en la calle corriendo, corrían y volteaban hacia un sitio”, relata. “Salí a observar qué pasaba y vi que venía agua”.
Gustavo y su esposa emprendieron la huida. Al bajar la cortina del local, el agua ya empezaba a filtrarse. Al llegar a su auto, el nivel alcanzaba la mitad de los neumáticos. “Nos costó salir del pueblo porque había mucho tráfico, mucha gente tratando de sacar sus vehículos de los garajes subterráneos”, recuerda. Un trayecto que normalmente tomaba 15 minutos se convirtió en una odisea de una hora.
En Catarroja, como en otros pueblos, no llovía con fuerza; la muerte venía de “arriba”, de los ríos desbordados que nadie monitorizó o por los que nadie alertó.
🌊 Un año después, #Valencia no olvida
— Fuerza Informativa Azteca (@AztecaNoticias) October 30, 2025
La DANA que azotó la provincia dejó 237 muertos y más de 17 mil millones de euros en pérdidas. Muchos murieron atrapados en casa, sin aviso.
Las alertas llegaron tarde.
Una jueza investiga por qué Protección Civil no activó la… pic.twitter.com/dRfADe9cOG
El día después: la marea solidaria contra el vacío institucional
El verdadero horror se reveló a la mañana siguiente. “No logro olvidar el día siguiente”, confiesa Gustavo. “El día que llegué al local fue algo impresionante, el ver tantos vehículos encima de otro tras otro tras otro... era surrealista ver tanta destrucción”. Los autos estaban amontonados en las esquinas, uno incluso incrustado en la ventana de su restaurante. Pero la imagen más imborrable fue el sonido: “Ver vecinos llorando, gente desesperada buscando a sus familiares todavía en los garajes”.
La respuesta institucional fue inexistente en las primeras 48 horas cruciales. “No llegó rápido la ayuda”, sentencia Gustavo. Lo que llegó, en cambio, fue un obstáculo. “Al segundo día ya había obstáculos, la policía ya no nos dejaba pasar”.
Los supervivientes, cubiertos de lodo, sin luz ni agua, se vieron aislados, incapaces de recibir suministros básicos de sus propios familiares. “Teníamos que ir a Valencia por palas, por cepillos, por mangueras... pero no había manera de pasar”.
El vacío que dejó el gobierno fue llenado de inmediato por la sociedad civil. “Lo que llegó rápido fueron los voluntarios”, afirma Gustavo. La solidaridad fue una marea humana que superó a la del lodo. “Vino mucha gente de Madrid, de Zaragoza, de Barcelona, de Castellón. De toda España, honestamente, vino mucho voluntario”. Pasaban por los locales destrozados ofreciendo botas, lejía, comida. “Pasaban y te decían: '¿Ya comieron? Tenemos bocadillos, traemos paella'".
Gustavo es claro: “Yo no lo vi. No había un comedor, por ejemplo, del Gobierno. No lo había. Quizás como a los 20 días ya se empezaron a poner algunas zonas... pero la solidaridad yo la vi, pues de todo el pueblo español, de todos los vecinos”.
Las cicatrices que aún supuran
Doce meses después, las huellas de la DANA persisten. “Aún hay evidencia de la dana por donde tú salgas a caminar”, describe Gustavo. Los pueblos de l’Horta Sud siguen en obras. Se sigue trabajando en la reconstrucción de calles, carreteras y viviendas.
El trauma no es solo psicológico; es una falla estructural que sigue castigando a los más vulnerables. “Hay gente todavía sin ascensores”, denuncia Gustavo, “gente que vive en quintos pisos, sextos pisos, y ya de cierta edad, que no pueden bajar al día de hoy”.
Este 29 de octubre, el aniversario está marcado por la melancolía. Los supervivientes ven a sus vecinos caminar hacia el panteón. “Sales por las calles y pues sí, todo el mundo yendo al panteón”, dice Gustavo. “Significa que perdieron a un familiar. Tú preguntas por todos lados alrededor: alguien perdió un familiar por aquí, otro por allá. Esa es la parte que más lastima”.
En medio de la devastación y el recuerdo, la taquería de Gustavo Tinoco ha resucitado. “El Trompo Mexicano” existe. Tras meses de dudas sobre si reabrir, lo echaron a andar. El local, que fue un amasijo de lodo y autos, hoy está impecable. “Mucha gente entra, ve el local y nos dice: ‘Aquí no les pasó la dana’. Lo ven muy bonito, muy alegre”.
El chef mexicano, que lo perdió todo antes de empezar, ahora sirve tacos a una comunidad que valora su presencia. Su reconstrucción es un acto de resistencia, pero la alegría de su éxito convive con la sombra de la tragedia que pudo evitarse. La lucha por la justicia para los 237 fallecidos apenas comienza.











