Hay personas que adoptan un lugar de la mesa, del aula o de una habitación como si fuera una pequeña extensión de sí mismas. Y, tal como señala la psicología, basta con que se sienten ahí una vez y se sientan cómodas para que ese punto se convierta en “su” lugar para siempre.
No importa cuántas veces cambie el entorno o quién esté alrededor: volverán ahí sin pensarlo dos veces. Lo que parece una simple preferencia en realidad puede reflejar aspectos de la personalidad que pocos conocen.
Búsqueda de seguridad y control
Elegir siempre el mismo sitio no es un acto inocente: es una forma de asegurar estabilidad en medio del caos del día a día. Cuando una persona encuentra un espacio donde se siente cómoda, ese lugar se convierte en un ancla emocional.
Gizmodo Español señala que conocer exactamente qué se tiene alrededor —desde quién se sentará cerca hasta la vista disponible— reduce la incertidumbre y brinda una sensación de control sobre el entorno. Es una manera silenciosa de decirle al cerebro: “Todo está bajo control, aquí estás bien”.

Necesidad de pertenencia
Según Psicología y Mente apropiarse de un lugar —ya sea una silla en el aula, un rincón en la mesa familiar o un puesto fijo en la oficina— también funciona como una forma de pertenecer. Marcar ese sitio como “propio” ayuda a definir el rol que uno ocupa dentro del grupo.
Es un gesto simbólico que expresa continuidad, identidad y conexión con ese espacio compartido. En otras palabras, no es solo una silla: es un pequeño refugio que dice “aquí es donde encajo”.
Rutinas que ordenan la mente
Las rutinas son grandes aliadas para calmar la mente. Tomar decisiones constantemente agota, y pequeños hábitos, como sentarse siempre en el mismo lugar, alivian esa carga. Es una manera simple de eliminar variables, reducir estrés y mantener cierto orden interno.
Por eso, muchas personas que manejan altos niveles de ansiedad o cansancio mental se aferran a estas “micro-rutinas” que les dan estructura sin esfuerzo.
Territorialidad
La psicología ambiental lo explica claramente: cuando repetimos el uso de un espacio, lo convertimos en territorio. Ese territorio no es solo físico, también es emocional. Allí la persona se siente dueña, segura y protegida.
Por eso, cuando alguien ocupa “nuestro” lugar, aunque sea en un espacio público o compartido, puede aparecer incomodidad o incluso irritación. No es exageración: es una reacción natural cuando sentimos que invaden ese pequeño rincón que ya adoptamos como propio.

¿Cuándo deja de estar bien sentarse siempre en el mismo lugar, según la psicología?
Sentarse siempre en el mismo lugar solo empieza a complicarse cuando cambiar de sitio te pone nervioso, cuando se vuelve una especie de “regla sagrada” que no puedes romper o cuando termina generando roces con otras personas en espacios donde nadie tiene lugar fijo. Ahí ya no es una preferencia simpática, sino una señal de rigidez.
La psicología se muestra relajada con este tema: para la mayoría, elegir siempre el mismo lugar es algo totalmente normal, ligado a la comodidad y a rutinas que ordenan la cabeza. Solo se vuelve un problema cuando deja de ser una costumbre y pasa a ser una necesidad que te incomoda o te mete en conflictos con otros.














