La vida de Alison Bustillo, una estudiante de enfermería de 20 años, dio un giro inesperado al ser deportada. Su hogar en Charlotte, Estados Unidos, fue allanado por agentes de inmigración. El objetivo de la redada era otra persona, pero eso no impidió que Alison, su madre y su hermano fueran detenidos.
El trato en el centro de detención fue “súper mal”, como ella misma lo describe. “Eran gritos, nos gritaban, nos levantaban, era como la militar prácticamente”, recuerda la joven. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de ella y de los demás detenidos. Aunque su familia fue liberada, Alison, sin antecedentes penales, pasó seis meses en un centro de detención en Georgia, forzada a firmar su salida voluntaria con la esperanza de poder regresar en el futuro.
Ahora, lejos de su hogar en Estados Unidos, Alison vive en el barrio de San Martín, en la ciudad de Trujillo, Honduras, con sus abuelos, a quienes no veía desde que tenía ocho años. A pesar de la tristeza, la joven tiene esperanzas de regresar.
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“Ahora, cuando ya estoy en Honduras, ya puedo regresar para Estados Unidos por medio de una visa. Por medio de una visa puedo regresar porque mi récord está limpio y aparte del Arriving Alien, pues eso ya no existe ya”, afirma.
La administración de Donald Trump sigue sin dar tregua a los migrantes bajo la bandera de perseguir criminales. Sin embargo, en el camino deporta a personas trabajadoras como Alison, que solo espera en Honduras la oportunidad de reconstruir su futuro.