Cientos de migrantes de Venezuela, Colombia, Honduras y otras naciones han decidido dejar atrás el riesgo de llegar a la frontera norte y optar por una alternativa inesperada: construir su futuro en Monterrey.
Para muchos, la capital industrial de México se ha convertido en un refugio laboral y, para otros, en una escala temporal mientras esperan un eventual cambio político en Estados Unidos y el posible fin del gobierno de Donald Trump.
Monterrey, un destino inesperado para quienes ya no quieren arriesgarse
En la zona metropolitana, la presencia de migrantes ya forma parte del paisaje cotidiano. Mexicanos que regresaron del norte y extranjeros que han encontrado un nuevo comienzo han descubierto que en Nuevo León hay trabajo, estabilidad y, en algunos casos, una oportunidad que no hallaron en sus países.
Alejandro, originario del sur del país, reconoce que nunca consideró seriamente ir a Estados Unidos; el sacrificio de permanecer cinco o seis años sin ver a su familia era demasiado. “Como dicen, como México no hay dos… hay futuro”, afirma.
Para migrantes como Milena, colombiana, Monterrey fue desde el inicio una meta, no un accidente. Vivió cinco meses en el albergue Casa Monarca y desde ahí dio sus primeros pasos. El miedo a rentar, enfrentarse sola a la vida cotidiana y no saber si alcanzaría el dinero fueron sus mayores retos. Hoy trabaja como lavandera del mismo albergue, lejos del mundo de los libros y la librería que administró en Colombia.
“Lo que soñábamos era comprar una casa, pero no se dio allá. Algún día será… por lo pronto, quedarnos en Monterrey”, cuenta. Con esfuerzo ha logrado rentar un pequeño cuarto en Santa Catarina, donde vive con su esposo y sus dos hijas adolescentes. Aunque a la familia le ha costado adaptarse —e incluso han enfrentado episodios de discriminación escolar—, continúan avanzando.
Entre oportunidades, rentas caras y la esperanza de llegar al norte
No todos han renunciado al sueño americano. Cristina, migrante hondureña, llegó con sus dos hijos. Aunque trabaja, su salario apenas alcanza para comida; para la renta debe pedir ayuda a su familia.
Aún sueña con llegar a Estados Unidos pese al endurecimiento de políticas migratorias. Su hija Mabel confía en que allá podrán tener “un lugar para cada quien y una vida más holgada”.
La pequeña vecindad donde viven refleja el nuevo rostro de Nuevo León: casi todos los cuartos están ocupados por migrantes. Algunos han decidido quedarse de manera indefinida; otros solo esperan el día en que puedan reintentar cruzar.
El padre coordinador de un albergue explica que muchos se desplazaron de manera forzada y quedaron varados en México. “Se están moviendo a los lugares donde hay oferta de empleo. Aquí se paga un poco más”, señala.
Para empleadores como Francisco Valdivia, mecánico, la llegada de estas familias ha sido positiva. “Ellos vienen a trabajar. No se andan con rodeos. Lo que más he visto son colombianos y haitianos”, afirma.
Así, mientras el sueño americano se aplaza, Monterrey se convierte en un destino posible, una alternativa real o un puente temporal para quienes buscan algo tan básico como una vida digna y una oportunidad para empezar de nuevo.












