En Uruapan lo llamaban “el del sombrero”. Tenía 40 años y llegó a la presidencia municipal como independiente. Desde que tomó el cargo de alcalde, dejó claro que no se iba a quedar callado: se plantó frente a quienes delinquen y también frente a las autoridades que, según él, no hacían lo suficiente.
Carlos Manzo se lanzó directo contra criminales en Uruapan
Manzo no usaba discursos suaves. Se dirigía a los criminales con palabras duras: “Decirles a las lacras que andan robando a la gente… que se la piensen dos veces… Cabrón que agarremos armado y agrediendo a la gente lo vamos a abatir…”, decía en uno de los mensajes que difundió. Esa frase resume su estilo: confrontar y presionar para que llegara seguridad a Uruapan.
Pero su pelea no fue solo contra los delincuentes. También alzó la voz contra el gobernador del estado. En una publicación en redes —a la que él mismo remató con firmeza— le dijo al gobernador Alfredo Ramírez Bedolla: “Yo no me voy a quedar callado, gobernador… Tú… que te quede muy bien claro que aquí en Uruapan no vas a venir a hacer tus chingaderas… Vas a tener que pasar sobre mi cadáver…”. Eran palabras que prendían focos de alarma y mostraban el nivel de tensión política y seguridad que se vivía en el municipio.
Alcalde de Uruapan pidió ayuda varias veces
Manzo pidió ayuda federal en repetidas ocasiones. En junio reclamó que la fuerza del Estado volteara a ver la situación real de los presidentes municipales “en territorio”. En agosto insistió: “La delincuencia organizada le compete al gobierno federal… le compete al Ejército, a la Marina, a la Guardia Nacional… así que le pedimos que por favor ya no se tarden… ya vengan a ayudar a Uruapan.”
En septiembre volvió a advertir que, sin apoyo, los ciudadanos quedarían expuestos ante grupos cada vez más agresivos. En octubre, su mensaje fue todavía más directo: “Pedimos presencia del gobierno federal… Pedimos castigo y a los culpables todo el peso de la ley… los queremos vivos o los queremos muertos pero ya los queremos… no vamos a descansar aunque nos cueste la vida... ni un paso atrás.”
Enviaron “ayuda” a medias al pueblo de Uruapan
Esa insistencia tuvo respuesta a medias: le mandaron 200 elementos. Pero, según él denunció en redes, los quitaron días después. Fue un golpe que, dijo, lo dejó más expuesto y preocupado. En un video confesó su miedo: “Sí, tengo mucho miedo, pero tengo que acompañarlo de valentía, no nos queda de otra… No quiero ser un presidente municipal más en la lista de los ejecutados…”.
Culpan a otros gobiernos por el asesinato de Carlos Manzo
Tras su muerte, desde el gobierno federal lo único que llegó, fueron condolencias de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien dijo: “Primero… Condenar el homicidio… Segundo… Nuestra solidaridad y condolencias a la familia, a sus seres queridos.”
En sus declaraciones la presidenta buscó ubicar el problema en un fracaso de estrategias pasadas: “¿Dónde declararon la guerra contra el narco? ¿Dónde la declaró Calderón? En Michoacán; 6 años de fracaso… Peña Nieto envió un comisionado y decidió armar autodefensas… y no funcionó.” Ese discurso volvió a traer a la mesa viejas discusiones, pero también generó molestia entre quienes creen que hoy hace falta acción concreta y rápida.
En discursos posteriores la presidenta apuntó duramente a los medios, acusándolos de convertir el tema en espectáculo y dejando a la vista otra tensión: la de la comunicación política frente al dolor de un pueblo. Es decir, mientras una parte de la sociedad pide resultados y mayor seguridad, las palabras oficiales se interpretan por muchos como insuficientes.
Un pueblo que exige justicia y que llora la muerte de su alcalde
Hoy en Uruapan hay rabia y dolor. Las voces que acompañaban a Manzo piden paz y acciones reales: “Lo único que queremos es paz, es tranquilidad, es salir a la calle sin el temor de que nos dañen, sin el temor de que nos maten…”, dijo alguien cercano en un video. Esa demanda simple —poder vivir sin miedo— es ahora el reclamo de un municipio que siente que le arrebataron la esperanza.
Carlos Manzo se puso al frente de esa exigencia y por eso muchos lo recuerdan con su sombrero: no solo como un símbolo, sino como quien decidió no bajar la voz. Su muerte deja preguntas: ¿qué falló en la protección? ¿Por qué no llegó el apoyo que pedía? Y, sobre todo, ¿qué hará el gobierno para que no se repita?












