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Los desafíos urgentes de la nueva primera ministra Sanae Takaichi en Japón

La economía de Japón en 2025 enfrenta su mayor reto en décadas. Con una crisis demográfica imparable, una inflación galopante y el Yen débil, ¿podrá la nueva primera ministra, Sanae Takaichi, evitar el colapso financiero?

La primera ministra de japón, sanae takaichi, de pie frente al edificio de la dieta (parlamento) en Tokio. su expresión es firme, simbolizando los retos de la crisis económica, la deuda pública y la división política que debe gestiona
La nueva primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, la primera mujer en ocupar el cargo, enfrenta una crisis económica estructural y un parlamento fragmentado que amenaza la estabilidad de su gobierno.|REUTERS
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Sanae Takaichi hizo historia este 21 de octubre al ser elegida por la cámara baja del Parlamento como la primera mujer en dirigir el gobierno de Japón. Pero este hito histórico no es una celebración de progresismo; es una maniobra de alto riesgo. Takaichi, una conservadora radical, heredera ideológica de Shinzo Abe y admiradora declarada de Margaret Thatcher, asume el poder en el momento más precario para su partido y para el país en décadas.

Hereda un partido gobernante fracturado, una economía estancada al borde del precipicio y un tablero geopolítico regional en alerta. La pregunta en Tokio no es si su gobierno será transformador, sino si logrará sobrevivir al invierno.

El ascenso de Takaichi no fue una elección por aclamación, sino un cálculo político nacido de la desesperación. El Partido Liberal Democrático (PLD) que ha dominado Japón casi ininterrumpidamente desde 1955, está perdiendo el control. Su base electoral se desmorona, fugándose hacia una nueva derecha populista y conspiracionista encarnada por el partido Sanseito. El éxito de este grupo de extrema derecha en las elecciones de la cámara alta el verano pasado encendió las alarmas en la cúpula del partido.

La solución, según la lógica del partido, fue un giro brusco a la derecha. El Partido Liberal Democrático apostó por Takaichi, una figura de línea dura, como el antídoto para frenar la sangría de sus votantes más nacionalistas, aquellos decepcionados por el rumbo moderado que tomó el partido tras el asesinato de Shinzo Abe en 2022.

La propia Takaichi lo admitió tras su elección: “En lugar de sentirme feliz, siento que el verdadero desafío está por delante”.

Un juego parlamentario y los desafío

El primer desafío de Takaichi no es económico ni diplomático; es parlamentario. Su gobierno nace sobre cimientos frágiles. El Partido Liberal Democrático llega a esta legislatura debilitado por escándalos y reveses electorales, habiendo perdido la mayoría absoluta en ambas cámaras.

Para empeorar las cosas, su socio histórico durante 26 años, el partido centrista Komeito, rompió la alianza. La causa principal fue la negativa del PLD a regular la financiación política, pero las “posiciones ultraconservadoras” de Takaichi hicieron imposible que Komeito, de corte pacifista y social, justificara su apoyo.

Desesperada por formar gobierno, Takaichi negoció una alianza alternativa con el reformista Partido de la Innovación de Japón (Ishin). Pero los números apenas cuadran. El PLD controla 196 escaños e Ishin aporta 35. La suma, 231 escaños, deja a la nueva coalición a dos votos de la mayoría en la cámara baja. Esto significa que Takaichi no tiene margen de maniobra. Cada ley, empezando por el crucial presupuesto, requerirá una negociación desesperada con otros partidos o disidentes.

La prensa japonesa ya cuestiona la solidez de la alianza Partido Liberal Democrático - Partido de la Innovación de Japón, dos partidos con muchas divergencias de fondo. Las mociones de censura y las revueltas internas son una amenaza constante.

Economía: inflación, deuda y la bomba demográfica

Mientras Takaichi lucha por mantener a flote su coalición, Japón se hunde en un profundo malestar económico estructural. El país, que en los 80 aspiraba a ser la primera economía mundial, vive una resaca de 30 años conocida como la “Década Perdida”. Hoy, los problemas son agudos y existenciales.

A esto se suma “la variable demográfica”. Japón es un país “muy envejecido”. La tasa de fertilidad es de solo 1,15 y los nacimientos anuales han caído por debajo de los 700 mil. La población lleva 18 años consecutivos disminuyendo. Esto crea una tormenta perfecta: una escasez crítica de mano de obra y una explosión de los costos de seguridad social, que aumentarán en 558 mil millones de yenes solo este año fiscal. Para financiar esto, el país acumula la deuda pública más alta del mundo desarrollado: un asfixiante 263% de su PIB.

El nombramiento de Takaichi, como heredera de la “Abenomics” (la estrategia de estímulo masivo de Abe), ha puesto nerviosos a los mercados. Aunque su elección del moderado Shunichi Suzuki como secretario general del PLD calmó los ánimos, los inversores temen que un “gran gasto” público para complacer a su base empeore las finanzas y alimente la inflación.

Aquí reside la contradicción más peligrosa de su gobierno. Para solucionar la falta de trabajadores, Japón necesita mano de obra extranjera. Sin embargo, la plataforma de Takaichi es inflexiblemente antiinmigración, un tema que usa para atraer a la extrema derecha.

Un nacionalismo que amenaza con el aislamiento

En el escenario internacional, Takaichi proyecta la misma firmeza. Su nacionalismo y sus visitas anuales al controvertido Santuario Yasukuni que honra a los caídos por Japón, incluidos criminales de guerra, son una fuente constante de tensión con Pekín y Seúl.

Los expertos temen un deterioro de las relaciones regionales. Consciente de este riesgo, Takaichi ha intentado moderar su discurso, refiriéndose a China como un “vecino importante”. Con Washington, buscará preservar una relación “cálida”, apalancada en el legado de Abe, aunque ha amenazado con “renegociar” aspectos del acuerdo comercial.

Sanae Takaichi se enfrenta a una “montaña de trabajo”, como ella misma reconoció. Su primera tarea será aprobar un presupuesto con una mayoría que no tiene. Debe reconciliar su retórica antiinmigrante con una crisis demográfica que exige trabajadores; su nacionalismo de línea dura con la necesidad de aliados regionales; y el legado de gasto de la Abenomics con una deuda pública insostenible.

Su histórico ascenso como la primera mujer líder de Japón podría ser simplemente el comienzo de uno de los mandatos más cortos y turbulentos de la historia moderna del país.

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