Han pasado más de siete décadas desde aquel 26 de julio de 1953, fecha que dio inicio a la llamada Revolución Cubana. Aún hoy, hay quienes la conmemoran con banderas en alto y discursos heroicos. Pero, ¿hay algo que celebrar? La realidad que vive el pueblo cubano parece decir todo lo contrario.
Recientemente, en la Ciudad de México, un grupo salió a protestar por la retirada de las estatuas de Fidel Castro y el Che Guevara de un parque público. Sí, en pleno 2025 todavía hay quienes defienden los símbolos de una dictadura que ha sometido a su pueblo bajo el yugo de la censura, la miseria y el autoritarismo.
Un régimen de partido único y pensamiento único en Cuba
En Cuba, el poder está concentrado en un solo partido: el Partido Comunista. No hay elecciones libres ni competencia política. El que manda, manda siempre. No existe pluralidad ideológica ni libertad de expresión. ¿Quieres criticar al gobierno? Palo. ¿Publicas algo fuera de la línea oficial? Bote.
El control absoluto del régimen cubano va más allá de lo político. La economía también está dominada por una élite cercana a Miguel Díaz-Canel. Son ellos quienes viajan en primera clase, disfrutan lujos y se hospedan en hoteles cinco estrellas, mientras el cubano promedio sobrevive con cartillas de racionamiento y apagones diarios.
La miseria disfrazada de revolución
En lugar de impulsar el desarrollo económico, la dictadura ha hundido al país en un estancamiento prolongado. No hay iniciativa privada, la escasez es constante y la pobreza generalizada. Si alguien intenta salir adelante por cuenta propia, el Estado lo reprime. El pueblo depende por completo de las dádivas del gobierno para subsistir, en una economía estancada y sin oportunidades.
Cualquier crítica al régimen es calificada como conspiración extranjera. La culpa nunca es del sistema, siempre es del “enemigo”. Y mientras tanto, millones de cubanos siguen atrapados en un modelo que ya demostró, con creces, que no funciona.
¿De verdad no te suena familiar esa llamada Revolución Cubana?
Cuando se revisan los pilares de esta revolución fracasada —autoritarismo, censura, control absoluto, discursos de moralidad mientras se vive con privilegios— uno no puede evitar mirar hacia otros países y preguntarse si estamos viendo un reflejo de algo más cercano.